Manifiesto



He aquí el texto al que se refiere Gabe (quien escribe en El Vomitorio, esperemos que próximamente se una a la blogósfera por acá), y en el siguiente post, sus comentarios acerca del mismo. Seguimos en reparaciones, sólo subo este par de palabreos para diversión de quien quiera leerlos (mis fans que ya me extrañan, y a quienes también extraño leer). Saludos desde la hoguera

Manifiesto
2006, marzo 5

Hoy es Getsemaní. Las gotas de sangre que brotan de mi piel transfigurada laceran tanto, que rayando estoy en la locura. El dolor que me parte la espalda desde hace poco más de una semana no encuentra su razón en los exámenes, o en el concurso de poesía, o en Alejandra (aunque tengan mucho qué ver con ello). Se trata del advenimiento del acontecimiento más importante de mi vida.
He llegado al punto decisivo. Este día he dejado de ser yo para ser yo, finalmente. Al cruzar el umbral de la puerta de mi casa estaba tan absorto que mi madre me preguntó qué me pasaba, y preferí no responder, porque es un cambio tan profundo, que expresarlo en ese instante era imposible. Y mi mirada perdida se paseaba por este mundo como turista, porque en verdad lo veía todo por primera vez. Parece que vinieras de otro mundo, me dijo, y así es... yo no estoy aquí, estoy allá, más allá. Es una turbulenta calma, una serenidad atribulada en solaz desesperanza. Y lloré de emoción, porque nada volverá a ser como antes era.
Como si se tratara de una visión que me derriba camino a Damasco (por fin se relaciona mi vida con mi nombre), el encontronazo que he tenido conmigo ha sido un impacto devastador, un choque sin parangón en esta historia nimia. Hoy he descubierto la razón de esta sinrazón que es mi vida. Por años me he debatido en combate constante con mis tantos yoes, desgastándolos poco a poco, poco a poco. Hoy me he visto a mí mismo, pequeño y frágil, arrinconado en mi nada, insignificante, sublime. ¡Cómo me odio! Contemplarme así, perdido, inserto en el universo enorme y a la vez insignificante y nulo es un espectáculo de una crueldad avasalladora. Dan ganas de destruirlo todo... el mundo se ve mejor completamente destrozado, cuando el absurdo se desmenuza hasta lo absurdo... nuestra limitación no alcanza a abarcarlo todo, aunque quisiera apoderarse de los mundos y de los soles, de las galaxias. ¿No es hermoso el cielo cuando, descuartizado, llora desconsolado por las tardes? ¿No conmueve hasta la conmiseración ver a Dios así de solo como uno, aislado –sabrá Dios dónde- y desquiciado como sólo él mismo? ¿No dan ganas de poseer un agujero negro, de inyectarle al alma montañas y mares, y valles, y ciudades enteras? La vida es esa constante frustración de pretender trascender lo intrascendible, es esa enfermedad de estar, estar aquí por un momento sabiendo que al siguiente nos habremos ido, pero estar ligados, por el deseo, tan profundamente a este polvo, que intentamos quedarnos aquí aún después de habernos ido.
He encontrado una razón para seguir muriendo, para continuar agónicamente peregrinando por valles de lágrimas y páramos de alegría. Andaré errático, herrumbroso, entre los hombres y mujeres de esta tierra baldía, y la razón de todo, de mi nada, es una palabra. Poesía.
La poesía no es hacer rimas ingeniosas y originales. Poesía no es juguetear con la lengua y el abecedario. Poesía no es contar sílabas para formar una octava o un soneto. Poesía es dejarse asesinar por la Palabra.
La Palabra es la expresión mayor de nuestra desgracia, prueba irrefutable de la finitud humana, el absurdo máximo y más bello. Es la ficción de transmitir el ser a otro ser. La Palabra es un conflicto de la voluntad, que no encuentra cómo salirse, cómo escapar de estas paredes de carne que la aprisionan y la seducen. Mi religión es ahora la Poesía, bien puede Dios pudrirse en su celeste tumba, si le place.
Es aterrador estar tan seguro de algo como ahora, y dolorosísimo. Dan ganas de arrancarse la cabeza desde la vértebra o de cantar algarabíamente, ganas de volar al sol con alas de cera, ganas de nadar en llanto y en risa.
Estoy condenado a sufrir la suerte de los que se atreven a entregarse a tal idilio: amar con locura una Diosa excelsa, que sí ofrece un paraíso verosímil en recompensa, un paraíso a la medida del hombre, un paraíso que duele mientras se respira. Ofrece también delicias de dolor y de pasión alucinantes, intensificación de todo sentimiento, de toda sensación.
Todo es prescindible, y a partir de ahora no será nunca suficiente cualquier renuncia para vivir amándola. Incluso, la renuncia se vuelve imprescindible. Renuncia al mundo, lo cual entraña una contradicción, pues no dejo de vivir en él, aunque quisiera. Por ello estoy dispuesto a destruir la Tierra entera con palabras, un ascetismo revolucionario y contradictorio, como yo. No busco la fama. Seré un poeta marginal, probablemente. No deseo acumular dinero y cosas. Si algo caracteriza a la Palabra es su inmaterialidad, su etérea existencia más allá del papel y de la tinta.
Seré poeta. Esta será mi vida y mi muerte. Para ser poeta no se necesita acreditación por parte de una burocracia. Se puede ser amante, en secreto, de la Poesía. Si he escrito todo esto es porque voy a cambiar muchas cosas en mí, para ajustarme a esta forma de vida, para ser congruente con lo que pienso y más con lo que siento, porque me es imposible continuar así, disgregado entre lo que soy y lo que quieren que sea; se trata, pues, de una advertencia. La sociedad, seguramente, se me echará encima. No me importa, estoy dispuesto a afrontarlo. La sociedad es el vicio más humano.
Nace, de las cenizas, dispuesto a volver a ellas, el yo definitivo. Yo soy melancolía.

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