Savi (2005, enero)
Era una tarde calurosa, y la viejita venía de regreso del tianguis con su nietecita Savi, una niña juguetona y muy bonita, chimuela, que siempre le estaba preguntando cosas. Cuando pasaron por la casa de Jacinto vieron a un señor de cabellos del color del collar de su mamá y de los aretes de su abuelita, que traía en las manos una cajita que mostraba una escena igualita a lo que estaba enfrente de la ella, como un espejo pero sin cristal. Savi no se explicaba por qué ese señor quería un espejo tan extraño, además un espejo tan grueso. “Esa cosa no sirve de mucho, es un espejo muy estorboso”, pensó ella aunque sólo la vio tantito, de pasada.
—Agüelita ¿qué era la cosa que traía ese señor grandote?
—Es una cámara de cine.
—Y ¿qué es cime? ¿para qué sirve una canara? —preguntó Savi mientras se alejaban.
—Te voy a contar una historia Savi.
»Hace mucho tiempo, cuando yo era pequeña como tú y aún era ágil para trepar los árboles como un changuito de la selva, cuando mis cabellos aún no se llenaban de nubes, llegaron al pueblo unos señores muy altos que hablaban muy raro, más raro que las gentes de la ciudad, porque ellos no hablaban español como en la ciudad, hablaban el idioma de unas tierras muy lejanas que se llaman Rusia. Todo el tiempo cuando hablaban parecía que estaban enojados, pero después comprendimos que así era su forma de hablar.
»Esos señores siempre se veían preocupados, trabajaban muy duro y traían unas cosas parecidas a la que viste sólo que más grandes, y nos estaban siguiendo todo el día con el ojo pegado a sus cámaras. Nosotros no sabíamos porqué se comportaban de manera tan extraña pero eran buenas personas, eran pacíficos. Les interesaba mucho saber todo lo que hacíamos y nosotros les contestábamos sus preguntas, que eran muchas. No nos entendían pero tenían una persona de la ciudad que les traducía nuestras palabras.
»Además ellos también contaban historias maravillosas de sus tierras y de su gente. Esas personas sabían mucho acerca de porqué suceden las cosas, pero estaban muy preocupados por sus cosas y se veían siempre muy serios, aunque reían muy fuerte cuando en verdad reían.
»Iba a ser el casorio de Conchita, la abuelita de Santiago, el de las vacas. Los señores estaban muy interesados en ver la celebración, y los dejamos que estuvieran ahí. Cuando le estábamos dando vuelta a nuestras tehuanas el señor se paró enfrente de nosotras y nos empezamos a reír porque no sabíamos qué hacer enfrente de él con la caja en el ojo. Antes de que nos fuéramos dijo que muchas gracias, que le había gustado mucho lo que habíamos hecho y que todas nos veíamos muy bonitas. Luego nos fuimos a jugar y después de una semana, cuando ya se iban a ir los señores nos reunieron junto a la Iglesia del pueblo en la noche.
»Había sillas y nos dijeron que nos sentáramos. Entonces prendieron un foquito y empezaron a verse paisajes que nosotros conocíamos pero que no estaban ahí, nos sorprendimos de verlos frente a nosotros en la pared de la Iglesia, se veía muy bonito.
»Después empezamos a ver a las gentes del pueblo, los niños estaban ahí, mis papás, todos caminaban y hacían las cosas de siempre, pero en realidad estaban acá. Esto nos sorprendió mucho más, y entonces me vi a mí misma en la pared: ahí estaba yo con mi tehuana, riéndome junto con las demás niñas. Esas imágenes mágicas se quedaron muy dentro de mí, y aún me gusta recordar la noche en que nos vimos en la Pared, la noche del cine.
»Eso es lo que hace una cámara de cine: te cuenta cosas que ya pasaron, te ayuda recordar esas imágenes y se siente muy bonito verlas.
Cuando su abuelita terminó de contarle la historia ya estaban a unos pasos de la casa de Savi, y cuando ella vio que ya llegaban movió rápidamente sus piecitos, que acariciaban tiernamente la tierra con los dedos, para ir a saludar a mamá y a Tachi, su hermanito, y contarles lo que habían visto en la plaza. Su casa estaba algo lejos del pueblo, era un jacalito junto a la montaña, rodeado por muchos árboles grandes que los cuidaban.
Savi preguntó a su mamá que si podía ir a jugar con sus amigos al pueblo, y ella le dio permiso hasta que anocheciera.
Otra vez salió corriendo Savi hacia donde hace rato había pasado con su abuelita, de quien se despidió rápidamente.
—¡Adiós, agüelita! —gritó Savi, con un gesto de: gracias por la historia que me contaste.
—¡Adiós chiquita! —gritó la abuela, que entendió perfectamente a Savi y que después entró a casa para entregar las provisiones a su hija.
“Quisiera ver la cajita de cime, creo que me gustaría mucho verme en una pared por la noche como agüelita. A ver si me encuentro al señor grandote”. Éstas y otras cosas pensaba Savi mientras se dirigía a ver a sus amigos.
Unos minutos después ya veía las primeras casas de Santiago Nuyoo, balando al otro lado del río y rumiando un mechón de pasto. Entonces vio al señor con la cajita, tal como le había dicho su abue: tenía el ojo pegado a la caja y volteaba para todos lados. Se acercó despacito para no hacer ruido y poder observar mejor al hombre.
Se había quedado parada muy cerca de él, que volteaba para el otro lado. Entonces le jaló suavemente de la camisa, y él muy sorprendido se tornó con la cámara hacia ella.
—Hola —dijo Savi en mixteco, que era como hablaba casi siempre con su familia y sus amigos. El señor no entendió, al parecer, porque se quedó callado viéndola con la cámara.
—Hola —dijo Savi entonces en español.
—Hola —contestó esta vez el hombre, y Savi no pudo dejar de observar que hablaba muy chistoso y sonrió.
—¿Eres de Rusia? —preguntó al señor.
—No —dijo él riendo—. No soy de Rusia.
—¿Entonces por qué traes una canara de cime? —dijo intrigada.
El señor se rió más fuerte todavía. Pensó que aquella niñita era muy simpática e inteligente.
—Traigo una cámara de cine porque soy un director de cine. Estoy de vacaciones en México y vine a tu pueblito para conocer porque es muy pintoresco e interesante.
Ella le creyó que no fuera de Rusia, porque no parecía enojado al hablar, sino al contrario, era chistoso y le simpatizó también.
—¿Qué es un director de cime?
—Es el que dice cómo debe usarse la cámara para que a la gente le guste la película cuando vaya al cine, para que la película sea muy bella —le explicó el señor tratando de que ella entendiera lo mejor posible.
“Entonces mi agüelita vio una película cuando estaba chiquita como yo”, pensó ella.
—Mira, déjame enseñarte cómo funciona esto —dijo el director mientras abría la cámara para enseñarle la pantalla. Ella se acercó con mucha curiosidad, y se maravilló al ver lugares que ella ya conocía, con sus colores igualitos, era en verdad hermoso. Pero se maravilló más al verlos en un espacio tan chiquito ¿Cómo cabían ahí tantas cosas?
—Si no vives en Rusia entonces ¿dónde vives?, ¿porqué tienes una cámara?
—Rusia no es el único lugar con cámaras. Yo vivo muy lejos (aunque no tanto como Rusia), en Estados Unidos, y allá hay muchas más cámaras de cine que en Rusia. Estados Unidos es la capital mundial del cine.
—Mi mamá dice que mi papá se fue a trabajar a Estamos Umidos y que nos manda dinero desde allá.
—Entonces ya has oído hablar acerca de mi país. Me llamo Stanley, ¿cómo te llamas tú?
—Me dicen Savi, porque en mixteco significa lluvia. En realidad me llamo Juanita.
—Tu nombre es muy bonito. ¿Te gustó mi cámara?
—Sí, es como había dicho mi abuelita. Ella conoció a unos señores de Rusia hace mucho tiempo, y me dijo que el cine era algo muy bello —en ese momento recordó que sus amigos la estaban esperando y se despidió.
—Qué bueno que te agrade. Ya que te gustó tanto puedes venir a visitarme cuando quieras, y puedes traer más amigos.
—Gracias Stanli, eres muy bueno. Adiós.
—Adiós.
Savi se fue a jugar con sus amigos toda la tarde, y les contó todo lo que le había pasado en el día, provocando un interés general. Así que todos se dirigieron a casa de Jacinto, donde se quedaba Stanley y él los grabó y les mostró sus grabaciones y todos estuvieron muy contentos. Los invitó a ver una proyección en la noche, junto a la casa de Don Geranio que era la única con energía eléctrica. Savi se mortificó un poco porque su mamá le había pedido llegar temprano, pero el cine le había gustado mucho y decidió quedarse un ratito, al fin que ya conocía muy bien el camino de regreso.
La película no estuvo muy larga, y a todos les gustó mucho. Es cierto, ver la película en grande era mucho mejor que verla en chiquito.
Cuando terminó los niños se fueron a sus casas, y Savi ya no recordaba que tenía que regresar temprano a su casa. Se quedó platicando con Stanley un rato acerca del cine, le hacía preguntas y él las contestaba, ella estaba muy entusiasmada, hasta que sonó un ruido extraño. Él sacó una cajita muy pequeña de su bolsa y empezó a hablar con ella, y a discutir.
—Savi, mañana me voy a tener que ir, me pidieron del trabajo que no me demorara, así que salgo a primera hora —se le notaba algo de tristeza porque se había encariñado con la pequeña.
—No te vayas Stanli.
—No puedo quedarme, Savi, es muy importante. Just in the middle of my vacation!… Pero tengo una idea. Ya te enseñé cómo se usa la cámara, y como noté que te ha gustado mucho he decidido regalártela. Es tuya, para que grabes muchas cosas hermosas. Le voy a dejar a Don Geranio unos cables para que puedas cargar la batería, no te preocupes, yo le indicaré cómo hacerlo. Cuídala mucho, quiérela mucho, verás que es apasionante. También le voy a dejar cintas para que puedas grabar, tengo muchas, y podrás verlas cuando mande una televisión para el pueblo. Te prometo que en un mes mandaré una ¿Qué te parece?
—Muchas gracias, Stanli, eres muy bueno. Te prometo que voy a cuidar mucho tu cámara, para que algún día vengas y me enseñes más. ¡Mi mamá! Me está esperando en mi casa, tengo que irme. Adiós Stanli.
—Adiós Savi.
Cuando la niña llegó a su casa su mamá la estaba esperando y le preguntó porqué llegaba tan tarde. Ella le contó a detalle toda la emoción del día, y le dijo que se había olvidado por completo de la hora. Su mamá le dijo que no volviera a hacerlo, y le dijo que se fuera a descansar para que pudiera ayudarle al día siguiente con todas las labores.
Cuando Savi despertó, muy temprano, le pidió permiso a su mamá para ir a despedirse de su amigo.
—Está bien, pero llega antes de la comida hijita.
—Siiiiiiiií mamá —dijo ya a toda prisa.
Cuando llegó a casa de Jacinto le dijo su esposa que ya se habían ido en mulas desde hacía rato y que Jacinto todavía no regresaba, pero que Stanley le había dejado la cámara. Cuando se la dio vio que venía con una nota y un video de despedida.
Aunque estaba triste porque se había ido tan pronto su amigo gringo, también estaba contenta por su regalo, que estrenó inmediatamente en el campo.
Se pasó grabando hasta la hora de la comida, y regresó a su casa.
“Cuando sea grande quiero irme a vivir a Estamos Umidos para ser directora de cime”, pensó mientras caminaba alegre por la vereda que se retorcía culebreando hacia la montaña, hacia su casa.
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