Señalar con el dedo (por Antonio Muñoz Molina)
Señalar con el dedo:
Hace unos años, en Nueva York, viendo por primera vez en el Museo del Indio Americano las extraordinarias máscaras mapuches hechas con láminas de corteza de árbol, pensé que probablemente el arte no empezó con una mano que dibuja o que talla o modela algo, sino con un dedo que señala: alguien descubre que en el tronco de un árbol parece que hay unos ojos, o que una roca en la orilla del mar tiene la forma exacta del morro de una ballena, o que a la luz de una antorcha una parte abombada del techo de una cueva es idéntica a la panza de una cierva preñada. Alguien ve eso, y lo apunta a los otros, y gracias a ese acto de atención lo demás ven lo que él vio.
Hoy, leyendo las Conversaciones con Picasso de Brassaï, traducidas por Tirso Echaendía, y publicadas por Turner, encuentro estas palabras del pintor: “Me extraña que se hayan llegado a hacer estatuas en mármol. Comprendo que se pueda ver algo en la raíz de un árbol, la grieta de un muro, una piedra corroída, un guijarro… Pero, ¿en el mármol? Se desprende en bloques, no provoca ninguna imagen. No inspira. ¿Cómo pudo Miguel Ángel ver su David en un bloque de mármol? Si el hombre llegó a expresar imágenes es porque las descubría a su alrededor, casi formadas ya, al alcance de su mano. Las veía en un hueso, en el relieve de una caverna, en un trozo de madera… Una forma le sugería la mujer, la otra un bisonte, una tercera la cabeza de un monstruo”.
Pero ahora que lo pienso, mucho antes de conocer a Picasso Brassaï ya estaba haciendo eso mismo, al fotografiar los graffiti y las máscaras arañadas en las paredes viejas de París: señalando con el objetivo de la cámara, en vez de con el dedo.
Hace unos años, en Nueva York, viendo por primera vez en el Museo del Indio Americano las extraordinarias máscaras mapuches hechas con láminas de corteza de árbol, pensé que probablemente el arte no empezó con una mano que dibuja o que talla o modela algo, sino con un dedo que señala: alguien descubre que en el tronco de un árbol parece que hay unos ojos, o que una roca en la orilla del mar tiene la forma exacta del morro de una ballena, o que a la luz de una antorcha una parte abombada del techo de una cueva es idéntica a la panza de una cierva preñada. Alguien ve eso, y lo apunta a los otros, y gracias a ese acto de atención lo demás ven lo que él vio.
Hoy, leyendo las Conversaciones con Picasso de Brassaï, traducidas por Tirso Echaendía, y publicadas por Turner, encuentro estas palabras del pintor: “Me extraña que se hayan llegado a hacer estatuas en mármol. Comprendo que se pueda ver algo en la raíz de un árbol, la grieta de un muro, una piedra corroída, un guijarro… Pero, ¿en el mármol? Se desprende en bloques, no provoca ninguna imagen. No inspira. ¿Cómo pudo Miguel Ángel ver su David en un bloque de mármol? Si el hombre llegó a expresar imágenes es porque las descubría a su alrededor, casi formadas ya, al alcance de su mano. Las veía en un hueso, en el relieve de una caverna, en un trozo de madera… Una forma le sugería la mujer, la otra un bisonte, una tercera la cabeza de un monstruo”.
Pero ahora que lo pienso, mucho antes de conocer a Picasso Brassaï ya estaba haciendo eso mismo, al fotografiar los graffiti y las máscaras arañadas en las paredes viejas de París: señalando con el objetivo de la cámara, en vez de con el dedo.
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