Dice el Canguro que ya mero nace su niño, probablemente el 7 de enero. Ya le tiene el moisés y el ropón de bautizo, que a su señora cuando fueron al doctor la última vez le pusieron una pistola en la panza para tomarle fotos al bebé y dijeron que iba a ser varoncito. Que cuando le estaban por poner el ultrasonido le untaron una crema como vaselina y se le veía el vientre brillante, y entonces se le antojó echársela. Salieron del consultorio y él se puso a sobarle la barriga, pero ella ni se imaginaba que el Canguro ya andaba bien Paraguay, y cuando llegaron a casa y le soltó que quería ponerle, ella le hizo un alboroto porque no, pobre niño, qué tal si lo lastimaba. Que por atrás tampoco porque de todas maneras le podía hacer daño, y ahí va el Canguro a preguntarle al doctor al día siguiente que si podían, y ni aun con que le hizo hablar por teléfono a su esposa para explicar que no pasaba nada: no logró convencerla. Tuvo que pedirme mi ayuda para ponerla celosa: me llevé una amiga que trabaja en una calle por el centro e invité a los esposos a tomar unos tragos, pero la Cangura se quedó por lo de su preñez. Nos fuimos los tres a un bar ahí cerca y pusimos al Canguro hasta atrás, mi amiga se bajó del taxi junto con él y tocó a la puerta, se despidió muy amable de la señora y nos fuimos al primer motel que nos topamos. Y ya, hoy llegó bien contento porque le había dado a la Cangura por todos lados, apenas ahora me lo contó todo, antes no me había querido decir por qué le quería dar celos, qué tal si le fallaba el plan.

Pinche Cangurita, si antes se veía despampanante, ahora con el embarazo se puso suculenta, de no ser porque se trata de la mujer de mi amigo sí me la tronaba. Tengo todas las ventajas: sé cuándo se va y cuándo llega el Canguro del banco, me tiene tanta confianza como para dejarme entrar a su casa cuando sea, antes que se casaran hasta yo anduve con ella unos meses y seguro que no los ha olvidado, al puesto de revistas lo puedo dejar cerrado un rato, solo le echo el candado y vengo y voy. No podría embarazarla porque ya lo está. En toda su vida solo nos la hemos fusilado el Canguro y yo, y últimamente ella se siente sola por las horas extra que él hace para pagar el parto, el cabrón quiso llevarla a un hospital caro.

Tengo todas las ventajas, y nunca he sido escrupuloso, pero en este caso no puedo, y no me explico por qué. Yo ya había dejado atrás todo lo que tuvimos su señora y yo, en ese tiempo no era la Cangura, yo los presenté chingada madre, pero cuando empecé a notar su pancita y me enteré del embarazo volví a sentir un hervor por ella. Pinche Canguro, se tardó en notar cuán antojable está con el embarazo su vieja. Pero es su vieja. Yo tuve la oportunidad, y renuncié a ella, lo mismo de siempre acerca de la libertad y permanecer sin ataduras, ella quería un compromiso hasta la muerte y yo preferí tomar mi propio camino.

La verdad me alegra que ellos se encontraran, que él le ofreciera lo que yo no me atrevía a darle a Mariana. El Cangurito podría haber sido mi hijo, ¡mi hijo! Qué idea tan aterradora, yo, padre de alguien. Un Ceferinito. Un Ceferinito que, sin que alguien le pregunte su opinión, de pronto se encontrará vomitado al mundo entre llanto y sangre, cuánta crueldad engendrar una criatura. ¿Y qué podría yo darle? ¿Qué aprendería de un ogro como yo que se complace en su soledad y en el dolor ajeno? ¿Qué atrocidades se vería orillado a cometer por ineptitud y descuido mío? Claro, teniendo una madre como la Cangurita llegaría a ser un hombre de provecho a pesar de un padre como yo, pero ¿si no? Al menos no soy yo quien deberá preocuparse por eso, sino Mariana y el Canguro.

A lo mejor sí convendría que me ejecutara a la Cangura, así descaradamente para que él se enterara y dejara de hablarme, entonces ya no habría peligro de que el Cangurito al crecer me llamara tío Ceferino, viniera a acompañarme al puesto y aprendiera mis ejemplos, no habría peligro. Si no hago algo por evitarlo, cuando nazca seguro me pedirán ser el padrino, se me hace que ya hasta están planeando la ceremonia de bautizo, chingada, y todavía no es diciembre. ¡Qué angustia! Si me lo piden, me niego, a ver si se ofenden y se alejan, así evitamos cualquier influencia posible de mí en el Cangurito. ¿Cómo le irán a llamar? Bromeando, la otra vez que fui al banco me dijo el Canguro que querían llamarlo Ceferino, y me pegó una tos que no se me quitó en toda la tarde. Espero que fuera solo broma, porque si le ponen Ceferino y me piden ser el padrino ya no podré objetar nada. Mejor que le pusieran Alberto, como a su padre cómo lo quiero al pinche Canguro. Venía a tomar el camión enfrente de aquí cuando estaba en la universidad y siempre me compraba el períódico, a veces no tenía ni para los cigarros y solo se llevaba el diario, yo le invitaba un tabaco y se reía, con esa risa de arroyo que todavía tiene. Me gusta su risa, por sincera, solo que ya no hablamos tanto por las preocupaciones que carga, y tampoco ríe tanto como antes. Ay, Alberto, si te dijera todo estopero lo más probable es que dejaré pasar las cosas y seré el padrino, el niño me dirá tío y alguna vez aprenderá de mí el cinismo y las vulgaridades que le querría evitar.

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