Me tomó por sorpresa lo del Napoleón. No que no fuera de esperarse, ya estaba veterano y viudo; lo que pasa es que apenas ayer lo vimos en el billar, fumando sus inseparables Raleigh. Acababa de enterarnos de lo de su cáncer de próstata, pero el último trago del vaso se lo estaba bebiendo a gusto. Se despidió sin tristezas ni nada, y nomás doblando la esquina, al intentar cruzar la calle, un torton que venía hecho madres lo planchó como si nada. Como me ves te verás… no es que me dé miedo, más bien curiosidad, o no, más bien güeva. Qué pinche güeva morirse. Conociendo a los camaradas, si yo me muero harán colecta en el sombrero de Rivas para comprar el arreglo floral, y se estarán un rato junto al ataúd contando chistes verdes que no podré oír, o a lo mejor sí; seguro llevan una botella de Presidente y se ponen a jugar pókar. Total, muchos deudos no voy a tener, y ni quién se ofenda. Al contrario, alguien va a pararse y a decir que yo habría querido que estuvieran contentos, y cantarán en mi honor una rola de los Stones. Pinches ridículos, cómo los estimo a los cabrones.
Una vez al Garza le dio por ponerse sentimental, ni borracho andaba. Yo te quiero como a un hermano, pinche Ceferino, me dijo, y yo No sea joto, así empiezan; pero sinceramente sí me dio gusto que se tomara la molestia de importunarme con sus mamadas.
Cuando se está en el círculo íntimo del muerto, ir a los funerales resulta de lo más entretenido. Uno puede beber sin miramientos, decir cuanta pendejada se le antoje acerca del difunto, comer galletitas si es casa funeraria, echarse a la viuda un rato y volver junto al ataúd para decirle a quien parte, como en un susurro, Siempre le tuve ganas a tu señora güey, ahí disculparás que haya cumplido mi antojo, andaba un poco pasado de alcoholes y tú sabes que los sepelios así son.
Cuando fue el entierro de mi sobrina, que en paz descanse, la cosa fue distinta, no sé si por la edad o porque mi hermana y el pendejo de su esposo estaban desgarrados. Cuando se mueren jóvenes uno no puede evitar pensar en todo lo que dejaron inconcluso, lo cual también es una pendejada porque si te toca, te toca, y no hay vuelta de hoja. Mi única certeza es que voy a morir. Nada más. Qué miedo ni qué chingados, pero además hay cierto hastío en la sola idea de llegar a ese momento porque cada vez, aunque es más cercano, va pareciendo más lejano. Ya te tardaste en venir por mí, huesuda putita, ya te tardaste. Cuando estaba mozo me entretenía con la posibilidad de tomar la muerte en mis propias manos, decir Hasta aquí, no nos hagamos pendejos. Era una especie de consuelo contra esta vejez culera, porque sí, ya voy integrándome al club de los ancianos, de eso no hay nada de duda, y entonces pensar en desafiar a la tercera pinche edad era una dulzura. Cuál tercera edad, la madurez es el antecedente inmediato de la putrefacción. Yo ya me pasé de maduro, y qué. Solo envejecer da tanta güeva como morirse, o como hacer algo para evitarlo. Por suerte eso me elude de la güeva todavía mayor de la eternidad, que solo de pensar en ella me da vértigo y ganas de rascarme los destos. Yo no sé cómo hace el puto de dios para no aburrirse, allá muy sentado en su trono de gloria y todas esas chingaderas. A lo mejor por eso se desquita con nosotros, a lo mejor por eso montó con nosotros este teatrito de existir. Hace un calor de la fruta.
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