Emil Cioran

"¿Por qué la tierra no tiene piedad de mí y abre sus abismos para tragarme, triturarme los huesos y chuparme la sangre? Así se cumpliría la pesadilla que me lanza bajo el peso de las montañas y de los mares. ¿No soy una carroña que apercibe, desde el fondo de los mundos, cómo se derrumban los firmamentos, cómo las bóvedas celestes lo aplastan? ¿Bajo qué estrella no estoy muerto, bajo qué mar o bajo qué tierra? ¡Ah, todo está muerto, comenzando por la muerte! ¿El Universo? Los fantasmas en el fondo de una muela podrida…" Emil Cioran (El crepúsculo del pensamiento)
¿Quién podría entender a un ser humano como Emil Cioran? Si alguien osara etiquetarlo con la cómoda pretensión de colocarlo en una categoría, seguro esa etiqueta sería completamente errónea. La obra escrita de Cioran está más allá de las convenciones: más allá de la filosofía, más allá de la poesía, más allá de la teología, más allá de la historia. Basta repasar los títulos de sus libros para atisbar cuán desgarrante lucidez lo aquejaba:
En las cimas de la desesperación (publicado en 1934), De lágrimas y de santos (1937), El ocaso del pensamiento, Breviario de los vencidos, Breviario de la podredumbre (1949), Silogismos de la amargura (1952), La tentación de existir (1955), Historia y utopía (1960), La caída en el tiempo (1964), El aciago demiurgo(1969), Del inconveniente de haber nacido (1973), Desgarradura (1983), Ese maldito yo (1987).
Apátrida por elección propia, habiendo nacido en Rumania en 1911 y vivido allá hasta 1937, Cioran se autoexilió en París por considerarla el punto más alejado del paraíso. Murió en esa ciudad en 1995, consolado por el Alzheimer.
Cuando alguien lee por primera vez a Cioran suelen preguntarse ¿cómo llegó a ser tan longevo, cómo no se suicidó aquel que escribió “No he encontrado en el edificio del pensamiento ninguna categoría sobre la que reposar mi frente. En cambio, ¡qué almohada el Caos!”? A menudo se le considera un misántropo, y probablemente lo fue, pero un misántropo compasivo. Quienes lo conocieron refieren que era una persona amable, bondadosa; y uno de sus mayores placeres era escuchar a la gente: podía escuchar a otro como si se tratara del único ser en el mundo.
En su juventud, Cioran padeció un insomnio voraz, y él mismo confiesa que fue uno de los factores determinantes de su carácter, pues en las noches se dedicaba a leer como condenado y a visitar los burdeles. Además de pagar por los servicios de las prostitutas, también gozaba de su amistad y su conversación, pues llegó a declarar que ese contacto significaba para él más que los encuentros con intelectuales.
Algunos dicen que superó su insomnio estando en Francia, cuando al llegar se dedicó a recorrerla en bicicleta, acompañado por Simone Boué, la mujer que estuvo junto a él el resto de su vida, y que sin embargo nunca fue nombrada públicamente por él. Otros consideran que nunca superó sus trastornos de sueño, pero es difícil saberlo dada la reticencia de Cioran a comportarse como una celebridad, por lo cual escasean las entrevistas concedidas. Para él era odiosa la fama, escribir era una forma de exorcizar sus obsesiones, y publicar, una forma de desvincularse de lo escrito, echarlo al mundo e intentar olvidarse de ello.
Conforme fue publicando sus libros, y en el afán de “pensar contra sí mismo”, optó paulatinamente por una escritura fragmentaria donde prevalecía el aforismo como herramienta de pensamiento no sistematizado, una tradición recurrente en la modernidad desde Friedrich Nietzsche, de quien Cioran hace ocasionales referencias.
Habiendo abjurado de su lengua, se dedicó a escribir sólo en francés a partir de su cuarto libro, quizá el más conocido, Breviario de la podredumbre, pues aunque no tenía gusto por ella consideraba al francés una lengua rigurosa: una camisa de fuerza. Sólo al final de sus días se identificó a sí mismo con esa camisa por considerar que había llegado a una decadencia similar a la de su existencia.
El impacto de su obra y de su ¿pensamiento?, ¿antipensamiento?, ¿despensamiento?, se ve reflejado en autores como Samuel Beckett, Fernando Savater, Octavio Paz, Eugene Ionesco, Mircea Eliade, Paul Celan, quienes, por nombrar algunos, tuvieron contacto y amistad con Cioran.

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