Por enésima vez la cabrona de la peluquería ha venido a arrimarme las nalgas. Has de estar muy bueno, Ceferino. La verdad no. Y no soy puto, como sugiere el Rivas, que vaya y chingue mucho a su mamacita que en paz descanse. Una cosa es ser puto, y otra cosa es no ser pendejo. Si no tuviera marido la cabrona yo sí le daba sus buenas cogidas de vez en cuando. Pero con el cavernario que se carga por esposo, la neta la neta hasta al más hombre se le van las ganas. Y tampoco es muy brillante el gañán, seguro que si aceptara yo ponerle con ella, él ni cuenta se daba, pero cómo saberlo a la certera. Mis huesitos ya están muy machucados como para ponerlos en riesgo solo por un trasero descomunal como ése. Pinche Lucía. Qué será lo que le atrae de mi armatoste. Y cómo hacerla entender. Eso me gano por ser amable con la gente, chingado. Si tan solo dijera todo lo que me pasa por la cabeza, tal como viene, seguro cambiarían mis problemas. Seguro. Pues sí, cambiarían porque vendría a convertirme en alguien como el Rivas, que no sabe estarse callado ni medir sus palabras, ni ser prudente. Me dan unas ganas de amarrarle la lengua… Pero qué envidia, decir las cosas al chilazo, sin estar dándoles vueltas como a un pollo de rosticería. O será que uno es el pollo y son las cosas quienes le dan a uno vueltas, a ver cómo se rostiza, sin explicarse por qué esto ni aquello. Como si todo tuviera un por qué… por ejemplo, por qué de repente las peluquerías están desapareciendo y nos vienen con las dizque estéticas, y ya no son señores ni les dicen peluqueros, que era un oficio respetable y de gran arte, sino mujeres y putos que ahora cortan el cabello como trasquilar borregos, maquinita en vez de tijeras, y nomás chismeando todo el condenado día. La otra vez, cuando ya solo me faltaba la bola ocho para ganar la bolsa de dinero de la noche, o mejor sería decir “el sombrero” de dinero de la noche; pues me faltaba solo la negra de meterla a la buchaca cuando Rivas empezó a contar que en la estética de por la plaza una de estas dizque estilistas estaba comadreando con la amiga mientras cortaba el pelo de un pequeño, y por estar distraída con que si en el pan de la panadería había cucarachas o no, ras, el tijeretazo y el chorro de sangre, el pedazo de oreja del niño colgando y el chillido consecuente del pobre, que su mamá había ido a pagar la luz y volvía por él en un rato. La imagen de la sangre en mi cabeza me distrajo del tiro decisivo, y Rivas se ganó la feria. No era mucha, tampoco, pero me hizo enojar y me salí del billar sin despedirme de nadie, y en la noche me desperté tres veces. La última me quedé mirando el espejo, examinando las orejas, una idiotez. Eso pasa por distraerse, y por no saber usar las tijeras. Ya parece que algo así habría pasado con Don Roldán, peluquero y barbero de cuando vivía en Tula. Ese señor sí, mis respetos. Nunca vi que abriera tarde la peluquería. Nunca una queja. Pocas palabras decía, pero siempre atinadas. Estéticas… esas van acá.

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