Astillas
A Alejandra, lluvia sobre lágrimas
2006,
marzo
–Haz
de cuenta que cuando yo iba en la prepa, siempre concursaba en lo de
construcciones con palillos. Tenías que hacer un puente que
soportara tu propio peso. Ése era el
primer reto. Para mí, ps era bien pinche fácil porque tengo el
cuerpo de una pulga. Entonces le pedía al pinche Megamán, un
tipotote como de cien kilos con el que nos juntábamos, que me
ayudara a probarlo.
»Pero
bueno, el caso es que en primer semestre y tercer semestre yo gané
el regional de aquí, de Borde Negro. Si lo ganabas cuando ibas en
quinto semestre, para cuando pasabas a sexto te mandaban al Nacional
de Centros Tecnológicos, donde sólo iban los más chingones. Esa
vez yo estaba con unos nervios…
»Porque
era el momento definitivo, que desde hacía casi tres años anhelaba.
No manches.
–¿Y
ganaste el regional?
–Pues sí,
güey. La chingonería andando.
»Así
que llegué al Nacional creyéndome ya en el eterno trono, me sentía
en la gloria. Porque el último concurso regional había estado
reñidísimo. Sucedió algo que nunca había pasado. Fíjate que los
jueces tenían el registro del peso que había aguantado el ganador
nacional del año anterior. Eran como trescientos kilos, y el güey
prácticamente ni había tenido competencia. Pero en ese regional de
cuando iba en quinto semestre todos se quedaron con la boca abierta
cuando batí el récord nacional: “¡Trescientos un kilogramos con
trescientos miligramos!”. Y los demás participantes que empiezan a
desertar.
–¡No
pinches mames, güey!
–Cállate,
que eso no fue todo. Un pendejo del CET de allá de por la sierra le
echó más peso al suyo y le aguantó trescientos dos kilos, al güey.
Como ya era el último contrincante que me quedaba, los ánimos
comenzaban a arder. Y así le fuimos subiendo de kilo en kilo hasta
que todos estaban bien pinches eufóricos, gritando.
»Estuvo
bien raro, porque los foráneos se juntaron todos del lado del otro
puente, y los de la ciudad se juntaron de mi lado. Bueno, no todos.
Uno de los del ITE, que ya habían descalificado, se ardió conmigo
porque a esos siempre se las hemos partido bien y bonito. Y que no
empieza a amarrar navajas… Que va y les dice a los del CET que yo
decía que su puente era una basura, que estaba bien pinche feo, que
de milagro aguantaba… no te digo que el puente no estuviera del
asco, pero yo a esos tipos nunca los insulté.
»Aún
así, le funcionó al del ITE andar de calientahuevos, porque uno de
los foráneos agarró una piedra y se la aventó a mi puente. La muy
hija de su madre pasó casi rozándolo, y entonces uno de los urbanos
agarró la misma piedra, que sí estaba gandalla, hasta eso, y se las
regresó. Pero no le había apuntado al otro puente, sino al güey
que la lanzó, que quedó descalabrado en medio del patio.
»Y
que se dejan venir cinco pinches rancheros, dispuestos a tumbar mi
puente. Y cuando ya estaban meritito enfrente, como a tres metros,
que se les pone al brinco una bolita del ITO Sur, de allá de la
Barranquitas Guadalupe, de esos que tienen una cara de malandros, que
hasta huelen a peligro y que parece que de un momento a otro te van a
sacar la fusca y te van a encañonar.
»Estuvo
épico, porque inmediatamente después todos los otros se metieron,
de ambos bandos, armándose los madrazos a más no poder. Borde Negro
contra foráneos. Casi casi te salpicaban las vísceras. Una refriega
enmedio de los dos puentes.
»Cuando
los profes los vieron, intentaron meterse para calmar esa absurda
pelea, pero como vieron que agarraban al director y empezaban a
madreárselo también, se dieron cuenta que ya no peleaban por una
razón, sino por el simple gusto de meterse una madriza animal entre
sí, lo más animal posible. Hubieras visto eso. Era hermoso. Entre
el caos sobrevolaba una especie de calma, porque todos podían
descargar una furia acumulada ve tú a saber porqué, una ira por fin
saciada, que te hacía sentir más tranquilo. Nadie quedaría, por lo
menos, sin raspaduras y moretones. Como cuando un pinche huracán
golpea la costa con toda su fuerza casi divina, porque sabes que
cuando termine no quedará nada en pie, ni siquiera el huracán.
»Uno
de los maestros había llamado a la policía, y como a los quince
minutos llegaron unas seis patrullas. Los cuicos los asustaron con
las sirenas, y la bola se desvaneció de pronto. Sólo quedaron un
par de güeyes enmedio, que estaban demasiado alebrestados como para
darse cuenta que todo había terminado. Lo curioso es que cuando los
policías se los treparon a la camioneta y les preguntaron sus datos,
resultó que los dos cabrones eran de la misma escuela.
–Qué
pinches pendejos… Ja, ja.
–Oye, ¿y
por qué te decía todo esto? Ah, sí…
»Mientras
todos estaban allá partiéndose la madre, el güey del otro puente
empezó a hablar con los jueces, tratando de convencerlos para que
pospusieran el concurso.
–¿Por
qué?
–Pues
el güey ya veía su pinche puente macuarro tambalearse, a punto del
derrumbe. Se le hacía chiquita al cabrón. Pero como llegó la
policía, y ya todos estaban muy cansados como para seguir luchando,
además que a los jueces y a los de la escuela les daba güeva hacer
el concurso después, dijeron que deberíamos seguir.
»Así
que colocaron la siguiente carga sobre el otro puente. El güey se
manchó. ¡Trescientos treinta kilos, pidió el desgraciado! Cuando
la pusieron pensé que yo iba a perder, porque no se caía su puente,
y estuve a punto de desmayarme. Cuando estaban por preguntarme cuánto
quería que le pusieran a mi puente, se escuchó un rechinar
tremendo, y al siguiente momento el puente del ranchero ya eran puras
astillas. Como ya era bastante tarde y ya todos se querían ir, me
entregaron el premio lo más rápido que pudieron, y el pase al
concurso nacional, que tanto había soñado. Por eso me sentía
indestructible.
–¿Y qué
pasó en el nacional?
–Ah, sí
es cierto.
»Los
ganadores de los otros lados del país habían escuchado, por
chismes, lo que había pasado conmigo en el regional, y no estaban
muy seguros de sus proyectos. Además, en el Nacional habían otros
concursos, así que era un espectáculo muy chido. Yo le había
metido varias mejoras a mi puente, con las que iba a aguantar, según
yo, fácil unos trescientos cincuenta.
»Cuando
pasaba frente a los demás participantes, casi me besaban los pies y
me pedían consejo. Era como una leyenda viviente, güey, y mi puente
era el favorito para ganar. El viernes que llegamos al hotel, por la
mañana, se me juntó un buen de gente, así que traíamos un
cotorreo pocamadre. Me idolatraban. Salimos a comer a una fondita que
encontramos cerca y por la noche teníamos planeado salir al antro,
para estrenar la credencial de elector, que por entonces a muchos de
nosotros apenas nos habían entregado.
»Quedamos
de vernos a las siete en el lobi del hotel. Yo llegué tarde, como
debe ser, pero los pocos que estaban allí me dijeron que no había
venido nadie más. “Es que los del cuarto 513 organizaron una
megapeda, y como el pisto sale más barato acá, pues ya no quisieron
venir al antro. Pinches dejabajo”.
»Yo
me emputé y los dejé ahí parados, primero porque no me habían
invitado, y segundo, porque todavía tenía ganas de ir al antro y
necesitaba más gente. Me había empezado a gustar que todos me
trataran como lo máximo. Subí a mi cuarto y prendí la tele sin
hacerle caso, y me tumbé en la cama a pensar.
»Entonces
se me ocurrió que aunque sea podría divertirme si le caía a la
fiesta, al cabo ahí también me respetaban muchos. Podía aparecerme
de la nada y acoplarme sin problemas, tirar desmadre con ellos.
–¿Y qué,
no te la hicieron de pedo?
–Pues
el güey que me abrió la puerta era un mamoncito. Desde que lo vi
sentí mucha incomodidad, algo tenía que me ponía en un estado
intranquilo, casi violento. Él era el tipo del cuarto 513.
»Me
dijo “¿Y tú quién eres?”
»No
sé si de veras no sabía, o sólo estaba pretendiendo que no me
conocía.
»“¿Traes
baro pa’l pisto? Llégale, si quieres” No le estaba pidiendo
permiso, pero ya entré como de mala gana y me puse a platicar con
los demás. Pregunté por él, para darme una idea más o menos de
cómo era, y me dijeron que era como el galán del evento. Según
eso, que se las traía a todas loquitas por ahí.
–¿Y sí
estaba carita?
–Algo
tenía que hacía que a todas les encantara, yo creo que carisma, una
especie de arrastre que avasallaba voluntades y encendía las
calenturas hasta de las menos güilas. Pero el güey era un desastre.
Se las daba de muy chingón con tanta desfachatez… un engreído,
güey. Una pinche cucaracha. Un chilango mugroso.
–¿Y qué
tal la fiestecilla?
–Chido.
Nos pusimos pero bien jarras.
»Cuando
llegué estaban rolando una botella de una madre rara. “Mosquito”,
le decían, yo creo porque te picaba bien sabroso. Era como jarabe de
naranja, pero fuertísimo. Haz de cuenta como si mezclaras Fanta con
alcohol de 96. Pasado de lanza, güey. Casi casi lo olías y ya
estabas ebrio. Lo bueno es que yo aguanto un chingo.
–No
manches.
–Sí güey.
Y la cruda de la mañana estuvo terrible. Además después me di
cuenta que había estado mandando mensajitos estúpidos por celular.
Pinche alcohol. Aunque eso no le quita a uno la culpa, pero te hace
decir cosas que normalmente no dirías.
»Por
lo menos el concurso era en la tarde. Yo amanecí en la cama del
cuarto con dos güeyes y dos viejas junto a mí, apenas cubiertos con
las sábanas. Ni los calzones traían. Tuve que salirme esquivando
los cuerpos tirados en el piso por el alcohol, inconscientes e
inmóviles, casi como muertos, porque pisé a varios y ni se dieron
cuenta.
–Ese güey
que va en la otra banqueta está bien rico. ¡Papacito, vente aquí!
–No
mames, ni siquiera puede oírte. ¿Viniste a estar zorreando, o qué?
–No,
pero tampoco sabía que un Adonis como ése iba a pasar caminando al
otro lado de la calle. Bueno, de todas maneras no importa, no creo
que me haría caso nunca. ¿Tú crees en el amor, güey?
–Antes
sí, hasta llegué a creer un par de veces que me había enamorado.
Pero siempre es la misma mentira, porque empiezas a pensar que la
otra persona te puede llegar a querer igual que tú a ella, y ni
madres. Siempre hay una barrera que parece imposible de tirar...
aunque abraces, y beses, y cojas, el vacío en el que vives no se
llena nunca. A veces hasta crece. Precisamente en el concurso fue una
de esas veces.
–¿Neta?
–Sí,
güey. Me fui a jetear otro rato a mi cama y me despertaron los otros
apenitas a tiempo para irnos al concurso. Todavía me dolía la
cabeza. Agarramos un taxi y nos fuimos al parque sede, donde ya
estaban todas las exposiciones de los concursos. Había unas muy
chidas, unos robots diseñados para hacer todas las cosas que siempre
te dan güeva, como abrir latas de refresco y otras cosas inútiles...
»Pero
bueno, eso no tiene nada que ver.
»El
concurso empezó a las tres en punto, y de inmediato comenzaron a
descalificar gente porque utilizaban otros materiales además de
palillos y pegamento. Estuvo triste porque algunos habían viajado
desde muy lejos, de allá del Norte del país, creo que los más
lejanos eran de Saltillo, y como en el viaje se les habían
estropeado sus puentes tenían que improvisar con lo que encontraban,
aferrados al deseo de ganar. También sospechamos que hubo sabotaje
de algunos, porque no aguantaron ni el peso del que lo había
construido. Pinches lacras los que lo hicieron, también aferrados a
la victoria. Aunque era triste, -y no es por culerez mía- a mí me
valía madres, porque a fin de cuentas me beneficiaba. Mientras menos
burros, más olotes, güey, ¿o no?
–Pues sí.
Pero qué culero.
–Es
inevitable.
»Pero
en fin... cuando vi al güey del 513, Paolo Sampieri, me entraron
unas ganas de estrangularlo... pinche pendejo. Como había dado la
fiesta de la noche y un chingo de gente había ido, muchos lo
apoyaban, hasta de los que antes andaban cotorreando conmigo. Yo
estaba de muy mal humor porque aún la resaca estaba gruesa. Con
decirte que me encontré a un güey que tenía años sin ver, que se
había cambiado de prepa y de estado, ya se la estaba rayando: “No
me estés jodiendo”, le dije. Era chido conmigo, buenpedo, pero yo
me sentía de la chingada, aunque eso no justifica.
»Sampieri,
queriendo aparentar aquello de la competencia amistosa, que a fin de
cuentas es una mentada de madre, se acercó y me tendió la mano.
“Suerte”, me dijo. “Chinga tu madre, güey. Yo no necesito
suerte, aunque tú tal vez sí”. Y se fue medio agüitado. Pero
luego luego se le pasó, porque agarró una vieja que estaba viendo
su pinche puente chafa, y le plantó un tremendo beso, con el cual la
muy pendeja cayó a sus pies, redondita. A mí me valió, y me fui a
buscar unas pastillas, a ver si se me quitaba la molesta náusea, que
ya traía acumulada desde mucho antes de la peda.
»¿Te
molesta si prendo un cigarro?
–No güey,
para nada. Es más, rólate uno.
–Simón.
Los que quieras, al cabo no soy ojete. Ja, ja. Después de todo ya no
nos vamos a volver a ver. Enlloi it.
–¿De
cuales son?
–Unos
cubanos, que conseguí con un tipo que vende hierba. Muy buena, por
cierto.
–Esos me
encantan, son los mismos que yo fumaba, pero ya se me acabaron. Todo
dura tan poco...
–¿Traes
lumbre?
–Eso sí.
–¿Qué te
decía?
–Lo de las
pastillitas.
–Ah, sí.
»Entonces
cuando regresé me tocó probar mi puente, pero me marié y ya me
andaba cayendo encima de él. Me agarró una vieja que me había
estado guachando desde el otro día. Como que algo quería conmigo,
pero ps yo ni al caso. Le di las gracias y me hice güey diciendo que
iba a tomar agua.
»Ya
quedaban sólo unos cuantos de la primera ronda, y Sampieri fue el
último. Estaba muy seguro de su puentucho. Tanto, que cuando se
subió a él empezó a dar de brincos, y todos aplaudiendo.
Estuvieron a punto de bajarlo en brazos, y eso ya era el colmo. Yo
estaba con un encabronamiento...
»De
pronto, mi puente ya no era el favorito, y en el receso todos
comentaban acerca de Sampieri, que se había ido a fajar con la vieja
ésa, atrás de los arbolitos, allá en uno como bosque que había
enmedio del parque, junto al lago. Regresaron todos despeinados,
haciéndose güeyes y como aparentando que no pasaba nada.
»Oye,
esos cigarros son caros, no puedes desperdiciarlo así nadamás, ¿por
qué lo apagas?
–Porque ya
no quiero. Estoy hastiado de todo. Además me estorbaba.
–¿Estorbaba
para qué?
–Para
hacer esto.
–¿Por qué
me besaste?
–No sé,
fue un impulso. Una estupidez. Ningún hombre me toma en serio, pero
en ti vi algo desde que te conozco, algo diferente. Pensé que en ti
podría encontrar lo que siempre he buscado, lo que no he encontrado
en ninguno de ellos.
–¿Qué
cosa? ¿Amor?
–Tal vez.
O una razón para seguir...
»Es
que somos tan parecidos, y yo necesito tanto cariño. Ninguno de los
güeyes con los que he andado me ha sabido dar lo que necesito. Todos
son unos hijos de su madre, sólo quieren sexo. Tú sabes cómo soy,
pero no te imaginas todas las locuras que he hecho con mi cuerpo, y
nada me satisface. Yo quiero algo más que eso, alguien con quien
pueda compartir mis dolores, que son tantos, mis sentimientos,
incluso los más oscuros, las pasiones más desenfrenadas. Alguien
como tú, que me comprenda y me escuche, que no me juzgue. A veces
siento tanta soledad...
–Todos
estamos solos, a pesar de todo, güey.
–Pues
sí, pero es lindo saber que tienes alguien con quién compartir…
–O creer
que tienes alguien.
–Bueno,
creer que tienes alguien con quien compartir.
–Pues ni
te emociones, recuerda que ya no nos vamos a ver.
–No
me gustan las despedidas. De todas maneras, no me arrepiento por el
beso, pero esperaba que tú...
–El
problema es que esperas demasiado. A mí tampoco me gustan las
pinches despedidas, pero ya tomamos la decisión, ¿o no?
–Ps sí.
–Estábamos
condenados desde el principio.
–Todas las
relaciones están condenadas desde el principio, ya sea por el
olvido, la distancia o la muerte.
–Sí, todo
es tan corto... tan fútil…
–No se
dice fútil, güey, se dice futil.
–No mames,
estás bien güey.
–No mames
tú, de dónde sacas esas palabras tan pendejas.
–Bueno, ya
no importan las palabras. Lo que importa es que todo está de la
chingada.
–Pero hay
que disfrutarlo mientras dura.
–¿Quién
dice?
–Yo.
–Bueno...
–Recuerdo
al último con el que anduve. Se llamaba Miguel. Tenía un cuerpo que
¡no manches!... y aunque me trataba de la chingada, yo lo quería,
pensé que podía hacerlo cambiar. Qué pendejada. Pero el amor te
hace pensar pendejadas.
–¿Entonces
tú si crees en el amor, después de todo?
–Sí, ¿por
qué no?
–Ps no
mames, güey, ¿no te digo cómo me ha tratado la vida? Además,
después de lo que me has contado de todos esos hombres con los que
anduviste, tu ingenuidad raya en la estupidez. Me sorprendes.
–Yo
también me sorprendo. ¿Pero qué pasó después? Aún nos queda
algo de tiempo, quiero saber con quién acabaste en el concurso.
–Ah, sí.
»No
falta mucho por contar. Ya en la última etapa sólo quedábamos
Sampieri y yo compitiendo. Y sí, mi puente aguantó fácil los
trescientos cincuenta, pero increíblemente, el suyo también. Se
resistía a caer el muy hijo de puta. Me daban ganas de tirarlo con
mis propias manos. Sampieri llegó a los trescientos sesenta, lo cual
me emputó y pedí trescientos setenta para hacerlo perder
deshonrosamente. Pero mi puente ya no aguantó, cayó como sacudido
por un pinche terremoto, y hasta sentí ganas de llorar, porque me
había esforzado tanto que casi lo sentía como una parte de mí, que
también se derrumbaba.
»Entonces
Sampieri pidió también trescientos setenta. Todos le decían que
así lo dejara, que no tenía que probar nada, que ya me había
derrotado, pero él no se echó para atrás. Y el suyo también se
cayó, con un pinche vértigo tan maravilloso, güey, que ya no me
sentí tan mal. Declararon un empate y él se acercó para saludarme,
y entonces me di cuenta que no lo hacía por mamar, que era sincero,
y nos dimos un apretón de manos, como buenos competidores.
»“Estuvo
pocamadre el concurso”, gritó. “Hay que celebrar todos”. Y
toda la banda bien feliz. La chavita que te digo que me había
ayudado, Angélica, se acercó a mí y me abrazó, diciendo que no
importaba mucho el premio, que lo que importaba era el esfuerzo. Y ps
ya, dejé que me abrazara, así me consolé un poco. En la noche nos
fuimos a festejar, porque al día siguiente era la premiación, así
que era nuestra última noche en la Ciudad de México, y había que
aprovecharla, buscar alguien para dedicarte al agasaje. Angélica y
yo estuvimos platicando y bailando muy a gusto. No sé si fue por
efecto del alcohol o qué, pero ella ya había empezado a atraerme, y
la pasamos bien. Eso hasta que llegó Sampieri a donde estábamos y
pensé “ya valió madre, se la va a llevar el muy hijo de puta”,
aunque ya no lo odiaba tanto.
»Y
sí, se acercó a Angélica diciendo “¿Puedo bailar contigo?” y
la otra, muy negada, que se va con él dejándome enmedio de la
pista. “Chinguen a su madre” pensé, y me fui a arrinconar a los
silloncitos de la orilla, simplemente escuchando la música y mirando
a todos divertirse. Ellos allá, y yo acá en la frustración.
»Y
entonces que llega a acoplarse el Sampieri. “¿Por qué la cara
larga? Ánimo”. No sé cómo, pero me sacó una sonrisa. “Caele a
la fiesta, no te quedes ahí, no hay por qué deprimirse… hoy todo
es algarabía”.
»No
sé cómo me convenció, pero empezamos a bailar. En eso tocaron una
canción lenta bien depre y bien pinche pegajosa. Estaba tan pegajosa
que todavía me acuerdo del corito:
“Te voy a olvidar
aunque me parta el alma.
Y no lloraré,
ni
una lágrima verás.”
»Me
recordó otras cosas que habían pasado antes. Con eso me puse como
que un poquito sentimentalona: combinando alcohol, música llegadora
y letra ajerosa, qué más quieres. Entonces me tomó de la mano y la
cintura, abrazándose a mi cuerpo de pulga, y yo de pendeja, en ese
instante lo besé. Pinche Sampieri, no le bastó robarme el premio,
también me robó el corazón el muy hijo de su puta madre. Nunca
habría creído que me iba a enamorar de ese güey, aún no lo creo.
No sé qué chingados le vi, güey, no sé. Y cuando acabó la
cancioncita nos salimos del antro y nos fuimos al hotel, que estaba
solo. Éramos los únicos que habían regresado temprano. “Todo fue
parte de una estrategia, desde el principio la única que quería era
a ti, desde que te vi rodeada por toda la banda, cuando relucías
entre todos por tu seguridad, tu deseo de ganar. Por eso quise que
ganaras también el concurso, ya sabía que mi pinche puente se iba a
caer”.
»No
sé si era cierto, pero le funcionó. Yo estaba deslumbrada,
apendejada, y sólo me dejé caer en la cama mientras él sacaba de
entre mis muslos locos gemidos de placer, que estaban como guardados
con candado, prohibidos. Me susurraba cosas tiernas, su boca pegadita
a mi oreja, y me desabrochaba suavemente la ropa, en la penumbra de
una noche por fin lograda.
–Siempre
acabas enamorándote de quien menos imaginas. Es irracional, loco y
absurdo, pero así es. Qué chingados le vamos a hacer.
–Sí.
Pero cómo recuerdo esos momentos entre sus brazos, parecía que el
techo se nos iba a caer encima y no importaba para nada, yo me sentí
por un momento segura de todo. Yo sé que suena como una pendejada,
pero así me sentía yo. Pensaba que se trataba de un pinche macho
como los que estaba acostumbrada a ver en todos lados, y vaya que
conozco muchos de esos, pero él era diferente. Parecía que
realmente le importaba hacerme sentir bien. Creo que lo logró. Fue
mejor que cualquier otra experiencia que haya tenido. No se compara
con nada.
–Quisiera
haber conocido un hombre así, pero yo creo que ya no los hacen. De
todos los que me acompañaron, o creí que me acompañaban, ninguno
me quiso de veras. Puras palabras, que a fin de cuentas son nada. Yo
sí los quise, cada uno de diferente manera, a algunos incluso los
amé, pero nunca me vieron como algo más que un pedazo de carne para
saciar su pinche inagotable hambre de placer.
»Y
yo me lo gané por andar arrastrándome atrás de cualquiera, casi
siempre cayendo ante el encanto de un cuerpo chido, como el güey que
pasó hace rato. No tiene caso desgastarte tanto, si a fin de cuentas
el cuerpo es lo que menos dura. Menos que todo lo demás, que tampoco
dura mucho…
»Creo
que ya es hora. Son las cinco y media.
–Sí, ya
lo habíamos decidido.
–Cuando
ya no tienes la menor duda, cualquier edificio parece demasiado
pequeño para aventarte, ¿no? La altura parece tan corta desde aquí
arriba...
–La neta a
mí la altura me vale pinches madres, güey.
–Pero da
tristeza que sea así. Yo quisiera que este momento decisivo fuera
más largo. Ni siquiera la muerte dura lo suficiente.
–Llevas
agonizando toda tu vida, así que no mames.
–Bueno…
»Por
lo menos la vista es hermosa. Borde Negro a punto de anochecer. La
ciudad no se ve tan grande desde acá arriba. Uno se la imagina más
grande cuando camina por ella, o cuando el pinche tráfico te hace
tardar media hora en pasar una cuadra. Desde aquí se alcanza a ver
mi casa, está aquí cerca. Qué chingona vista, güey, no pinches
mames.
–Sí...
»De
haber sabido antes.
–Pues fue
un placer conocerte. Aunque a mí tampoco me gustan las despedidas,
antes de que nos vayamos para siempre, me gustaría saber tu nombre.
–Dijimos
que nada de nombres.
–Sí,
güey, pero ya qué caso tiene. Total, nos quedan unos cuantos
segundos.
–Érika.
¿Y tú?
–Uriel.
–A mí
también me gustó conocerte Uriel, aunque sea este poquito. Si te
hubiera conocido antes de hoy...
»Creo
este ha sido el contacto más profundo que he tenido con otra
persona.
–Que
tuviste.
–Bueno,
sí… que tuve. Adiós Uriel.
–Adiós
Érika.
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