Oración ante la tumba de un recuerdo
2006,
agosto 23
Para asesinar un recuerdo
se debe ser extremadamente cauteloso. Hay recuerdos que se creen
inolvidables, y por lo general son muy astutos. Lo primero es elegir
un jardín extrañado de sí mismo por su olor a hierbabuena, donde
pueda cavarse tranquilamente durante las noches y durante el
mediotiempo de los partidos de fútbol, esos momentos largos en que
la expectativa crece como amapola silvestre, apenas conciente de su
propia inconciencia.
Una
vez que el hoyo está terminado, hay que adornarlo con fotografías
alusivas al recuerdo en cuestión, o en turno. Así se llega al
momento de la captura, momento de veras cardinal en el proceso, que
sólo la experiencia repetida puede enseñar a dominar.
Al
recuerdo hay que sorprenderlo mientras discute con algún otro
recuerdo, ya que por lo general son egoístas y no les importan los
demás. A veces es conveniente que llore y pegue de patadas, para
agotar todas sus fuerzas antes del momento decisivo, pero otras veces
es tal su griterío, que uno ya no se puede deshacer de él, por más
que quiera. Si se resiste al prendimiento hay métodos más
eficaces, pero mucho más crueles que los ya mencionados para
doblegarlo. Por lo pronto basta decir que una vez amarrado, se le
coloca frente al pedacito de jardín ahora ausente y se le sopla
suavecito en la nariz, de tal forma que empiece a caer hacia atrás
con el vaivén de una pluma. En ese instante se da uno la vuelta
hasta quedar de espaldas al recuerdo, y con un bolígrafo o un
rotulador se escribe el epitafio sobre un papelito, colocado en el
montículo de tierra que para entonces ya se habrá cerrado sobre el
cadáver del recuerdo.
Pero
hay que dejarlo bien convencido de su propia muerte, porque se han
dado casos de recuerdos fantasmales espectrados repentinamente entre
los sueños o entre la ropa sucia. Para esto, se recita en voz
quebrada algún poema triste, y tras encomendar su alma a la
misericordia de la diosa –es mejor que sea diosa- se afirma con
firmeza y nostalgia: “Era un buen recuerdo”.
Algunos
erigen monumentos al Recuerdo Desconocido, en honor al valiente
recuerdo que fue alcanzado por algún proyectil durante la guerra,
durante el amor. Y su llama nunca nos olvida.
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