El ayer es un parque en llamas
2006, agosto 24
Tengo ganas
de ti, de tu explosión sinfónica, de tus gélidas manos amanecidas,
de los ríos de sangre brotados por el eje de tu boca demencial, y
más.
Tengo ganas de tu mañana loca, de tu eterna tarde otoñal, de tu
noche contorsionada, y más.
Haber
fotografiado tu alma, más que tu núbil cuerpo… capturé tardes en
que estás, sin rostro: aquella en que jugábamos a ser niños junto
a la fuente, aquella en que volvía de tu casa a mi umbral, aquella
en que me dejaste al desamparo de una banquita de parque bajo el olmo
viejo, hendido por el rayo. Sólo hay tristeza, y no tu núbil
cuerpo.
Ya
no tengo la fuerza para apiadarme de mí por querer que me quisieras.
Bendito error. Quererte. Tus brazos son horizonte, siempre
horizonte, siempre anhelados.
Y el perfume de tu llanto reverbera en la liturgia de las horas como
pétalo jazmín, en la madera de los confesionarios como falda
gitana.
A veces el horror se extiende por páginas y páginas, promulga sus
incuestionables ventiscas sobre las espigas heladas de mi parcela
tonsurada. Entonces ya no puedo conciliar el sueño. A veces las
campanillas suenan a palabras muertas de miedo goteando del
cielorraso.
Toco las hojas arrancadas de los árboles, las toco, pero sin tacto.
Mis ojos al parpadear fabrican falsedades, fantasías que se detienen
un instante a reír ante la ventana que da a la calle, como si no
tuvieran nada mejor que hacer. Y por si fuera poco, la gente me
saluda con un amable buenastardes, padre Clemente, cómo le va. Esta
ciudad es un derroche de conspiraciones, no es como nuestra ciudad.
Ojalá que me esperes. O aunque sea ojalá que te acuerdes. No te
dejes vencer por el mañana.
Te imagino y no me lo creo, te imagino presente en el presente, no en
el pasado, te imagino con tu cuerpo nítido bañado en esperanzas,
como hace años. Recuerdo que caminábamos a veces, pretendiendo
estar ocupados en el salterio, y al irse la gente nos tomábamos las
manos en un incendio sagrado, y nos mirábamos como si no existiera
el tiempo ni el espacio, ni el castigo divino por nuestros pecados
–deliciosos pecados.
Todavía
mantengo la promesa de regresar de rodillas a tu santuario, pidiendo
perdón por el adiós que nos dijimos en el parque, bajo el olmo
viejo, perdón por permitir que te fueras y perdón por alejarme.
Todavía mantengo la promesa, pero ahora debo resignarme a esta
esclavitud infame, a esta amenaza. Tu vida correrá peligro hasta que
no lo mate. No te preocupes, lo tengo todo planeado, ya pronto arderá
este calvario en llamas, y con él todas sus cruces.
Tantos
años de angustia, y aún debo aparentar regocijarme al elevar las
manos que sostienen un tormento insoportable. Quisiera apartar este
cáliz de mis labios, arrojarlo ya lejos, pisotearlo, pero no se hace
mi voluntad. Eres tú mi domus aurea,
mi stella matutina,
mi turris eburnea.
Mi rosa mistica.
Lo que sobra son noches insomnes en esta cárcel, estos yerros,
noches de trepidante desolación bajo una máscara que me carcome no
sólo la carne, infecta y lúbrica, no sólo los huesos
resquebrajados, no sólo los gritos reprimidos en el laberinto
doliente donde camino y camino, sin llegar a no sé dónde.
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