Lágrimas de cocodrilo


2006,  octubre
2007, junio

278
Amor, la mentira más factible.
J. S. R. S. (Fragmentación)


A veces uno se enamora de puro aburrimiento. A veces es necesario experimentar una sacudida fuerte ante el hastío de seguir, seguir, y sólo seguir sin razón aparente alguna. Romper con la inercia, ya sea que se trate de una mujer inalcanzable o de una facilucha. Como cuando el Jacobo salió con que estaba loco por Daniela Corona, de la oficina de turismo. Le afloró lo poeta al pobre diablo, pero no se le veía convencido, o por lo menos a mí nunca me convenció de que en realidad la quisiera tanto como decía. Lo extraño es que a ella sí logró convencerla, pero más le habría valido no hacerlo, porque Daniela lo traía como su trapeador. Después ya no pudo desconvencerse a sí mismo.

Ese Jacobo… Un hombre tan indeciso como él debía tratar de inventarse alguna ilusión para quitarse el tedio de no aventurarse a nada, absolutamente nada. Y no es porque su escepticismo le viniera de dentro, sinceramente, sino porque le faltaba el coraje para negarlo todo, a capa y espejo. No se atrevía a defender su opinión ante los demás, tal vez carecía de ella, tal vez nada le importaba lo suficiente como para crearse su propio criterio, o tal vez temía disgustar a los otros. Pero eso no lo absolvería de mantenerse al margen de cualquier asunto. ¿Por qué no aceptaba el casi sagrado deber de tomar partido? Quizá fue por eso que encontró en ella una válvula de escape a su existencia contradictoria y absurda.

Tú todavía no estabas en la oficina, pero seguro habrás oído hablar acerca de Daniela Corona. No era la gran cosa esa mujer, aunque tenía lo suyo: cierto encanto misterioso que no le permitía pasar desapercibida al principio, pero después de conocerla, a los hombres dejaba de interesarles y se iban tras la siguiente. Daniela Corona. Hubo algunos sucesos desafortunados. Recuerdo que una vez Daniela hizo un escándalo cuando el director municipal de reclutamiento del servicio militar, Fabián Velarde, terminó con ella. Estaban en su departamento -de Daniela- y armaron un alboroto tan grande que los vecinos del edificio llamaron a la policía, porque en el momento que él iba a subir al carro, después de haber discutido, ella lo atacó con una de las macetas de la entrada, le quitó las llaves del auto, y se encerró en él. Cuando el otro se levantó del piso, todavía un poco desorientado, y la vio ahí atrincherada empezó a dar de gritos y a golpear el techo, pero se detuvo cuando recordó que el auto era suyo y comprendió que lo estaba abollando, aunque la feria de palabrotas continuó fluyendo hasta llegar a tonos impensados. Ella empezó a tocar el claxon y a responderle a gritos desde dentro. Un vecino del edificio de enfrente salió de su casa para tratar de tranquilizarlos pero sólo obtuvo un puñetazo en plena nariz, cortesía de Fabián, que le advirtió no te entrometas. Al final la policía intervino y no fue necesario pasar a mayores. Fabián conocía a uno de los oficiales y aclaró todo con él, que se encargó de vigilar a Daniela para que volviera a su departamento y dejara las cosas en paz. Después supimos que Fabián tenía una semana queriendo deshacerse de ella. Yo no estaba ahí, pero Díaz -que vive en la misma calle de Daniela- al día siguiente nos contó a todos en la oficina, con pormenores, el episodio. Uno de los más memorables de la oficina municipal de Ciudad Borde Negro. Desde entonces a Jacobo se le metió en la cabeza la idea de que Daniela era una mujer increíblemente compleja y fascinante. Como que le impactó su arrebato de locura.

Al principio no lo dijo muy claramente, pero yo noté que le interesaba, porque empezó a seguirla, a investigar con los de las otras oficinas los pequeños detalles de su vida, aunque de manera muy sutil, introduciendo en las conversaciones comentarios minúsculos a manera de inocente duda, que los otros le aclaraban inmediatamente después, como parte del diálogo, sin que nadie se percatara de ello. Fue cuando nos encargaron actualizar la base de datos de asociaciones vecinales. Se enteró de que poco antes Daniela había estado saliendo con un tipo del catastro municipal, lo buscó y se las ingenió para caerle bien. Con unas cuantas cervezas todo es posible. Así se consiguió una buena fuente de datos acerca de Daniela, lo cual le sirvió mucho al momento de dar el primer paso. Ya tenía estudiado su objetivo y fue mucho más fácil encontrar la manera de invitarla a salir. Porque la Daniela también tenía una actitud medio especial. No cualquiera podía acercársele. Tenía los aires un poco subidos y se daba el lujo de desdeñar a muchos de sus pretendientes. Tal vez eso fuera parte del halo de misterio que la rodeaba.

Jacobo cambió mucho esforzándose por parecer interesante a los ojos de Daniela. Actuaba de manera muy extraña, diferente a como todos lo habíamos conocido antes. Su transformación, obviamente, pasó desapercibida para ella que apenas lo conocía, pero le gustó lo que se encontró: un hombre a su medida. A veces me pregunto si en realidad sería fingimiento, o si gracias a su afán, a su obsesión por seducir a Daniela, Jacobo encontró su verdadera personalidad. Lo cierto es que Jacobo se metió desde entonces en un problema tras otro con la gente de la oficina por sus ataques de testarudez. A todos nos extrañó verlo así. De la noche a la mañana no había quién se le enfrentara sin salir con la cola entre las patas. Hasta los detalles más mínimos suscitaban disputas, cosas como el tipo de letra con que debía escribirse el nombre de cada colonia, el orden en que debían listarse los datos, y por el estilo.

Todas las mañanas se veía a Daniela bajar de la oficina de turismo hasta la nuestra, cargando una taza de café y una húmeda sonrisa quisquillosa para plantarla en los labios de Jacobo. Él también se echaba sus vueltas allá arriba para visitarla a la hora del almuerzo, y juntos se salían antes de terminar su turno para ir a algún restaurante o café y platicar. Yo llegué a verlos varias veces en el Cielito Lindo bebiendo taza tras taza y fumando como condenados, riendo a carcajadas, tomados de la mano, hipnotizados por la mentira que se estaban fabricando el uno del otro. Él empezaba a recitar los poemas que había estado aprendiendo de los libros que el tipo del catastro le había dicho que le gustaban a Daniela. Jacobo los había comprado todos y por las noches los repasaba una y otra vez, y era entretenidísimo ver a la Corona pasmada frente a él, escuchándolo, con los ojos clavados en sus labios. Tanto se metió en los libros de poesía que a Jacobo acabó por gustarle también, y así como así, de repente se había convertido en un erudito de los versos. Incluso comenzó a escribir él mismo primero un soneto, un nocturno, un madrigal, y al cabo de unos meses tenía cuadernos enteros llenos de letras. No te niego que tenía talento el muchacho, su forma de hablar había cambiado y era un deleite escucharlo en la oficina, con su voz nueva plagada de olas que iban y venían, iban y venían contra los escritorios como rocas. Jacobo era otro, y Daniela era su musa.

Hasta entonces todo parecía perfecto. Los problemas vinieron cuando Jacobo decidió dedicarse de lleno a la literatura. Llegó diciendo que iba a renunciar a todo, iba a dejar la oficina y empezar de nuevo, ya había hablado con alguna pequeña editorial de la ciudad, le ofrecemos publicar un libro no muy extenso, unos veinte poemas, a ver cómo funciona, estamos buscando nuevos talentos, tinta fresca, pero usted comprenderá, no podemos prometer demasiado dado que es usted principiante en esto y nadie lo conoce, sería una primera incursión para hacer sonar su nombre y ya después veremos la respuesta de la crítica y los lectores, sí sí, claro, entiendo y estoy dispuesto a tomar el riesgo, en unos días le entrego una selección de mis escritos, ya tengo el título del libro, Ojos de Lluvia.

A Daniela no le agradó mucho la idea. No es que no creyera en él, pero se había formulado el propósito de llegar a ser alguien importante, casarse con un hombre poderoso, vivir cómodamente, y hasta entonces Jacobo le había parecido conveniente porque se mostraba firme -así lo conocía ella-, decidido, tenía contactos con gente -desde que lo conocía ella- en buenos puestos que, cercanas las elecciones, parecían llevar todas las de ganar, y seguro le darían algún cargo relevante para comenzar su carrera política. Jacobo había decidido consagrarse a las letras, de tiempo completo, sin importar fama o riqueza, para qué las quiero si tengo conmigo mi musa y la Palabra, eterna y todopoderosa, ven conmigo Daniela a vivir una nueva vida, intensa, etérea, sublime, sin ataduras materiales, seremos sangre y aliento en medio de la podredumbre. Pero no Jacobo, estás loco, lo que dices son tonterías, pon los pies en la tierra, yo no puedo llevar una vida tan incierta como ésa, no soy así, no me imagino alejada de las cosas que tengo, he planeado mi vida, sabes, con grandes aspiraciones, convivir con la alta sociedad, estar tranquila, no como tus ideas vagas y descabelladas, qué tal si no funciona, qué tal si acabas como tanto pobre escritor sin un centavo, esa no puede ser la existencia de un artista y no será la mía, no me dejaré arrastrar por tu estupidez a la miseria.

Quizá en ese momento comprendió cuánto había sido el títere de Daniela. Quizá le dolió saberse entre la espada y la mujer, entre escoger cederle las riendas de su destino para siempre o volverse dueño de su propia incertidumbre. Quizá supo cómo ella lo había cambiado, y quizá adivinó cómo sería todo si eligiera dejar de ser una marioneta, abandonarse a una soledad temida y esperada, una libertad hiriente y fantástica.

Ahora reniega de su primer libro, Ojos de Lluvia, considerándolo una basura, una etapa de “dilución emocional y lírica” ya superada. A mí me gustó. Es una mentira perfectamente elaborada, pero nunca me convenció. A fin de cuentas, parece que a él tampoco. Fueron lágrimas de cocodrilo.

Lo cierto es que al día siguiente del alboroto, cuando él firmó su renuncia, ella le dijo no quiero volver a verte, y dándole la espalda salió a besuquearse con el primer pelele que se encontró. Tras despedirse de cada uno de nosotros, Jacobo hizo un triste ademán de retirada, agotado, como un soldado que sosteniendo apenas la bayoneta ensangrentada vislumbra el final de la batalla sin saber si su ejército ha triunfado o ha sido vencido, y se fue por esta puerta frente a ti, arrastrando la mirada por las paredes y tambaleándose. Pidió un taxi en la avenida, y no lo volvimos a ver. Alguien se lo encontró en Buenos Aires y dijo que le estaba yendo de la chingada.

Leí Ojos de Lluvia luego que Daniela quedara embarazada, nunca supimos quién fue. Después de Jacobo se volvió verdaderamente puta, y renunció cuando ya empezaba a notársele abultada la panza. Dice Díaz que un tipo se fue a vivir con ella a su departamento, que al principio le daba dinero para mantener a la nena recién nacida.

Chingada madre, me llegó un mensaje de la jefa, quiere que le lleve unos documentos. Luego te veo.

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