Los Patriarcas y el Kremlin


2009, febrero 12



Los patriarcas y el Kremlin


La Iglesia Ortodoxa Rusa simboliza un elemento de identidad para una proporción mayoritaria del pueblo ruso, y ha estado históricamente controlada por los gobernantes: durante el zarismo, incorporada al Estado; durante el comunismo, reprimida y perseguida. Ahora se ha llegado a una cooperación entre ambas instituciones, que por conveniencia, al ser Rusia un Estado laico, se han mantenido separadas. Sin embargo hay quienes consideran que la Ortodoxa es, de facto, una Iglesia de Estado. El presente trabajo recoge, sin pretender ser exhaustivo, algunos de los principales aspectos de las relaciones Iglesia-Estado en Rusia, desde sus fundamentos ideológicos en el Imperio Bizantino hasta las condiciones en que existe en la actualidad.



Papel tradicional de la Iglesia Ortodoxa en la política rusa



Tradicionalmente se ha difundido la percepción que la Iglesia Ortodoxa de Moscú ha estado voluntaria e íntimamente ligada al Estado ruso, sobre todo a partir de las reformas emprendidas por Pedro el Grande en el siglo XVIII, mediante las cuales se incorporaba al clero como una especie de policía ideológica.


Anteriormente, durante el Imperio Bizantino, se había formulado la teoría de la Sinfonía armónica, según la cual Iglesia y Estado trabajarían conjuntamente por el bien común y la preservación de las tradiciones, que garantizaban la grandeza moral del pueblo: una civilización cristiana universal, administrada por el gobernante, y espiritualmente guiada por la Iglesia (Zoe Knox, 2003, junio), es decir, un gobierno en sinfonía, cada cual ocupándose de su espera autónoma pero sin una separación tajante y clara entre ambas instituciones.


Pero Gregory L. Freeze (1989, septiembre) argumenta lo contrario, estableciendo que, si bien los patriarcas validaban el derecho divino del Zar, no por ello aprobaban incuestionablemente todas sus decisiones en el ámbito político, económico y social. Para Freeze, la Iglesia Ortodoxa se mantenía al margen de esos asuntos, dedicándose a la vigilancia de la doctrina religiosa, de la observancia de normas morales derivadas de ésta, y de algunos aspectos de la vida cotidiana sin un vínculo directo con lo político.


Sin embargo, Freeze no puede negar que haya habido gran cercanía entre ambas instituciones, principalmente en el siglo XIX, sobre todo tomando en cuenta la censura a que fueron sujetos los sacerdotes en el contexto del control ejercido por los terratenientes en las provincias y su dependencia hacia ellos, tanto administrativa como económica, por lo cual se evitaban temas sensibles, como el sistema de servidumbre, sin que esto impidiera cierta labor de asistencia social por parte del clero, y esfuerzos para evitar los abusos en contra de los peones. No se fomentaba la sublevación, no se cuestionaba el sistema, puesto que formaba parte de una concepción religiosa del orden divino establecido, pero tampoco se aceptaban las injusticias derivadas de dicho sistema.

Este acatamiento del sistema proviene de una concepción sucesiva de la historia, derivada de la Biblia, planteada por los teóricos y teólogos rusos a partir del siglo XVI, y estudiada por Daniel B. Rowland (1996, octubre), la cual partiendo del antiguo Israel como pueblo elegido culminaría en el apogeo del Imperio ruso como su sucesor. De esta manera, la secuencia sería: Israel-Imperio romano-Imperio romano de oriente (Bizantino)-Moscovita. Según Rowland, los teólogos y pensadores rusos habrían interpretado el Antiguo Testamento vinculándolo a una misión del pueblo ruso, heredero de esa elección histórica, con miras a encumbrarse por sobre el resto de los pueblos, un “nuevo Israel” que encarnaría la grandeza del reino de David y de Salomón: en la coronación de Iván el Terrible, éste es declarado por el Metropolitano Makarii como heredero de David. El modelo monárquico adjudica a los zares rusos las cualidades de los líderes de Israel: los triunfos militares de Moisés y Josué, la humildad de David, la sabiduría de Salomón.



Del Bolchevismo al Liberalismo



Con el fin de la época zarista y la ascensión al poder del comunismo, la relación entre la Iglesia y el Estado fue modificada: el Estado se convertía en ateo. La Iglesia Ortodoxa Rusa Fuera de Rusia, radicada en Nueva York, se convirtió en la voz libre de la ortodoxia rusa a nivel mundial (Nadia Kizenko, 2007, mayo 25). El patriarca Tikhon, quien había estado al frente de la iglesia ante el comunismo y había autorizado la autonomía de la Iglesia en el extranjero, no resistió mucho. En 1927 los soviéticos colocaron al frente del patriarcado al Metropolitano Sergii, quien proclamó la adhesión de la Iglesia Ortodoxa al comunismo, alabó el liderazgo de Stalin y negó que existiera persecución en contra de la religión, lo cual incrementó el distanciamiento entre la Iglesia en Rusia y la Iglesia en el extranjero.


Los gobernantes de la época soviética tuvieron distintas actitudes hacia la religión: mientras que Stalin y Kruschev persiguieron febrilmente cualquier manifestación religiosa, haciendo uso del aparato militar y de inteligencia, Brezhnev optó por un hostigamiento discreto, prefiriendo el control estatal de las instituciones religiosas que la quema de brujas. Las reformas de Gorbachov permitieron terminar con el compromiso antirreligioso del estado, culminando esto en la adopción de una ley de libertad de conciencia, a finales de 1990, que disolvía las prácticas represivas de las administraciones anteriores.


La ley de libertad de conciencia permitió, en la primera fase de políticas religiosas postcomunistas, que las comunidades religiosas ya existentes, y las nuevas, tanto nacionales como extranjeras, realizaran sus actividades con libertad, sin temor a ser perseguidas. Sin embargo, no todo era miel sobre hojuelas, porque la proliferación de distintas confesiones, constituyendo minorías religiosas, produjo descontento entre aquellos políticos nacionalistas y líderes de la dominante Iglesia Ortodoxa, quienes consideraban tal diversidad como una “invasión de sectas”, y propugnaban una legislación que privilegiara las comunidades religiosas existentes y dificultara la introducción de nuevas, a fin de preservar las tradiciones y la cultura rusas.




Las políticas postcomunistas



Así, en 1997 se aprobó una ley de religión, que incorporaba algunas de las restricciones promovidas por la ortodoxia. Dicha ley determina el inicio de la segunda fase de políticas religiosas postcomunistas, caracterizada por una diversidad controlada, eufemismo que pretendería encubrir el enorme peso político de las comunidades religiosas tradicionales, y sobre todo la Iglesia Ortodoxa, con respecto a otras. Si bien, no se ha llegado un nivel de represión como en el régimen soviético, las modificaciones a la ley han permitido que los gobiernos locales apliquen sanciones o impongan restricciones hostiles a comunidades religiosas minoritarias.



Aunque no podría decirse que la Iglesia influya decisivamente en las decisiones del gobierno ruso, sí ha existido un acercamiento entre ambas instituciones, desde la administración Yeltsin. En 1996, la Iglesia apoyó a éste en las elecciones, y a partir de entonces el mandatario frecuentó al entonces Patriarca Aleksii II, se otorgaron ciertas concesiones económicas a la Iglesia y se invitaba a los miembros de la alta jerarquía a eventos importantes de Estado.




Putin y la Ortodoxia


En los primeros años del liberalismo, los antiguos funcionarios ateos comunistas encontraron favorable, en cuestión electoral, mostrar una imagen cercana a la religión, por lo cual buscaban estrechar relaciones con cualquier autoridad eclesial y asistían a eventos religiosos como parte de sus campañas. Quizás sobreestimaban el papel de la Iglesia en el sistema político y su influencia ideológica en el pueblo, quizás en realidad tenía un peso considerable, lo cierto es que ellos prefirieron ser pragmáticos para conseguir sus puestos de elección popular, aunque fueran ateos.


Este no es el caso de Putin, ex Presidente ruso cuyo cargo como Primer Ministro lo mantiene a cargo de las decisiones de Estado, quien fue bautizado en su infancia y que desde el inicio de su mandato declaró tener un compromiso con la Iglesia Ortodoxa, la cual considera parte fundamental de la identidad nacional rusa. El día que tomó formalmente posesión de su cargo como Presidente, en mayo de 2000, caminó por el Kremlin hasta la Catedral de la Anunciación, donde el entonces Patriarca Aleksii II lo bendijo por su liderazgo y por su responsabilidad, pidiéndole que ayudara a abrir el alma de la nación (John Anderson, 2007, septiembre). En enero de ese mismo año, Putin había declarado que la Iglesia Ortodoxa jugaba un papel especial en la historia de Rusia, y que esto había determinado en gran medida el carácter de la civilización rusa.


Sin embargo, Anderson (2007, septiembre) considera que, a pesar del compromiso asumido por Putin hacia la Iglesia Ortodoxa y a pesar de sus simpatías personales con ciertos miembros del clero, no hay elementos para considerar que su ideología esté dictada por la influencia fundamental de alguna perspectiva teológica. De hecho no se ha llegado tampoco a cumplir uno de los temores de los partidarios del liberalismo más secular, que la Iglesia Ortodoxa fuera incorporada nuevamente al Estado en una tentativa de lograr por fin la teoría de la Sinfonía Iglesia-Estado, arrastrada desde tiempos del Imperio Bizantino.


Lo que ha sucedido es que, generalmente, aunque los asuntos religiosos no son considerados por el gobierno como de primera importancia, sí se busca favorecer los intereses de la Iglesia Ortodoxa y otorgarle privilegios para mantener una relación de conveniencia entre ambas partes. Las cuestiones religiosas sólo son atendidas por la agenda pública cuando tienen un impacto en la seguridad nacional o en la armonía social, o cuando los líderes ortodoxos sienten que su postura respecto a cierto tema converge con la postura oficial del gobierno. La principal concordancia en ambas partes está en el descontento ante una liberalización excesiva como parte de una aceptación acrítica de las influencias occidentales en la vida de Rusia. Tradicionalmente la iglesia ortodoxa ha considerado a occidente como expresión de la decadencia y la corrupción moral, por lo cual tiende a oponerse a posturas radicalmente liberalistas y globalizadoras. 


La conclusión a la que llega Anderson (2007, septiembre), al analizar las relaciones entre Vladimir Putin y la Iglesia Ortodoxa es que están basadas en una experiencia compartida de la era soviética, y se han caracterizado por un énfasis en el orgullo por la herencia cultural nacional, en los valores comunes de Rusia y en el rescate de los valores tradicionales. Si el ex Presidente ha permitido posiciones privilegiadas a los jerarcas es para que estos, a su vez, le brinden su apoyo ante la sociedad, por lo cual son relaciones asimétricas donde el gobierno de Putin y sus allegados tiene el mayor peso. Para Zoe Knox (2003, junio), se puede hablar de un trato preferencial hacia los patriarcas.


Como ejemplo de los esfuerzos de Putin por rescatar los valores tradicionales del pueblo ruso podemos encontrar sus buenos oficios para reunir a la Iglesia Ortodoxa Rusa Fuera de Rusia con el patriarcado de Moscú, iniciando esta labor en 2003 en Nueva York, sede de la Iglesia en el extranjero, y culminando en mayo de 2007 con la integración de ambas iglesias como una sola (Nadia Kizenko, 2007, mayo 25). Putin consideró que esta integración era una importante precondición para restaurar la unidad perdida del mundo ruso, ya que Rusia siempre ha considerado a la Iglesia Ortodoxa como su fundamento espiritual (Patricia Treble, 2007, junio).



La Iglesia y la gente



A pesar que entre dos terceras y tres cuartas partes de la población de Rusia se consideran ortodoxos, solamente una minoría de entre el tres y cinco por ciento de los rusos asiste al culto religioso (Irina Papkova, 2008, mayo), y solamente el cuatro por ciento considera a la Iglesia como fuente de valores morales (Andrew Higgins, 2007, diciembre 18). Para Irina Papkova, esto se debe a que los rusos tienden a considerar la religión como un elemento cultural identitario, pero sólo en sus externalidades, sin que a la mayoría le interesen los aspectos teológicos y doctrinales, y que por tanto, la influencia de la Iglesia en sus opiniones políticas sea marginal o casi nula. Sólo aquellos que asisten asiduamente al rito ortodoxo están influidos por la religión en sus posturas políticas. Sin embargo advierte que, en un ambiente postsoviétco de no persecución religiosa, el número de personas religiosamente activas se está incrementando constantemente, existiendo la posibilidad que en un futuro no muy lejano la influencia del Patriarcado de Moscú crezca en el ámbito político.




Papovka encontró, por ejemplo, que en las universidades rusas existe una proporción relativamente alta de alumnos ortodoxos religiosamente activos: nueve por ciento, mucho más alta que el porcentaje promedio entre la población general. Sin embargo, también encontró que la afinidad entre las posturas políticas de los alumnos ortodoxos (nominalmente o activamente) y las del Patriarcado de Moscú no es muy elevado, y por tanto, indica que no existe una influencia directa de la Iglesia Ortodoxa sobre la conformación de la ideología política de aquellos.


Si bien, se considera conservadora la postura del Patriarcado de Moscú en lo político, también es cierto que ha mantenido gran moderación (Europe: Farewell, middle roads; Russian Orthodoxy, 2008, diciembre), pues el ala más conservadora de la Iglesia Ortodoxa, que controla varias universidades, ha criticado la “tibieza” mostrada por el difunto Aleksii, cuya línea parece ser la misma que seguirá su sucesor, Kirill.



Conclusión



Si, como plantea Robert C. Blitt (2008), la Iglesia Ortodoxa Rusa tiene un compromiso paciente y a largo plazo con una Rusia xenófoba y excluyente, basada en una interpretación selectiva de los valores cristianos, emulación del ideal de la Santa Rusia añorado desde hace mil años, y Dimitri Medvedev como sucesor presidencial de Putin es favorable a este proyecto, la simbiosis entre Iglesia y Estado, sin conformar legalmente una Iglesia de Estado pero sí de facto, continuará, gracias a los mutuos beneficios que ambas instituciones encuentran en esta relación.




Referencias

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Blitt, R. C. (2008). How to Entrench a De Facto State Church in Russia: A Guide in Progress. Brigham Young University Law Review.  (pp 707-778).  Disponible [en línea] 2009, febrero 9 en: base de datos ABI/INFORM Global. (Document ID: 1603358681).
Europe: Farewell, middle roads; Russian Orthodoxy. (2008, diciembre). The Economist.  Disponible [en línea] 2009, febrero 9 en: base de datos ABI/INFORM Global. (Document ID: 1610898451).
Freeze, G. L. (1989, septiembre). The Orthodox Church and Serfdom in Prereform Russia. Slavic Review. (Vol. 48, No. 3, pp. 361-387). The American Association for the Advancement of Slavic Studies. Disponible [en línea] 2009, febrero 9 en: base de datos JStor http://www.jstor.org/stable/2498993
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Interim Orthodox leader picked after Alexy's death. (2009, enero 13). Christian Century, Disponible [en línea] 2009, febrero 9 en: base de datos Academic Search Premier. (Número de acceso 36048964).
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Knox, Z. (2003, junio). The Symphonic Ideal: The Moscow Patriarchate's Post-Soviet Leadership. Europe-Asia Studies. (Vol. 55, No. 4, pp. 575-596) Taylor & Francis, Ltd. Disponible [en línea] 2009, febrero 9 en: base de datos JStor http://www.jstor.org/stable/3594548
Papkova, I. (2008, mayo). Orthodox religiosity among elite university students in Russia and its relationship to their political views. (Cover story). Religion in Eastern EuropeDisponible [en línea] 2009, febrero 9 en: base de datos Academic Search Premier.
Rowland, D. B. (1996, octubre).Moscow-The Third Rome or the New Israel? Russian Review. (Vol. 55, No. 4, pp. 591-614) Blackwell Publishing on behalf of The Editors and Board of Trustees of the Russian Review Disponible [en línea] 2009, febrero 9 en: base de datos JStor http://www.jstor.org/stable/131866
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