Café en una taza
sobre una oscura, terrosa seda caliente,
en el vapor eleva un canto,
un himno de guerra
con ecos de ásperas manos,
manos baratas que cortaron el grano,
amamantaron la espera
de un elíxir despacioso
que se esparce por toda la lengua
como una invasión de hormigas
con trincheras y baterías y regimientos,
se instalan en mitad de la garganta
y avanzan a paso firme
despertando deseos fulgurantes
o vagos recuerdos borrosos,
o melancolías,
contenidos en una taza de porcelana
con dibujitos florales...
y ese ejército ataca con cada sorbo,
con cada caricia sedeña
resucita la trémula inquietud,
rompe la falsa paz envenenada,
bramido de flujo turbio
trazas de delirios sin tregua,
y calor calor calor,
incinerante internamente cierto
beso lento incendiario
agua quemada dijo Octavio,
y quemada la sucedánea saliva antigua.
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