Psicosis icárea de un tormentoso ser
La sociedad está gobernada por psicópatas en
estado terminal. El análisis minucioso de estas personas, en la
película The corporation, confirma que presentan un cuadro
agudo de psicosis: incapacidad de mantener relaciones duraderas,
indiferencia ante el sufrimiento de humanos y animales, mentira
compulsiva, ideas delirantes de grandeza, ideas paranoides de
persecución, incapacidad de sentir culpa. Se trata de las
corporaciones, esos seres fatalmente demasiado humanos que se han
reproducido fecundamente a lo largo y ancho de este valle de
lágrimas.
Y estamos gobernados por
ellas debido a que el corporativismo ha desplazado gradualmente al
poder del Estado, se ha debilitado el Leviatán que Hobbes había
imaginado para dar lugar a un nuevo Leviatán, todavía más
aterrador... Aterrador, porque la confianza en el progreso de la
humanidad está depositada sobre los hombros del Ícaro Corporativo.
En efecto, deslumbrados por la celeridad con que el crecimiento
tecnológico y los descubrimientos científicos permiten al hombre
mantener una producción brutal, una acumulación enfermiza de
objetos inútiles y una prolongación seductora de la agonía;
buscamos, montados en este Ícaro cuyas alas de cera engañan toda
percepción de la realidad, asirnos a ese Helios lejano... y cuando
creemos que volamos en realidad vamos en caída libre hacia un abismo
infinito.
¿Desarrollo? ¿Puede
hablarse de desarrollo? El hombre no se desarrolla, se vuelve más
dependiente de su artificialidad, de todas aquellas cosas que inventa
para evadir un destino ineludible. Las corporaciones son otra
refinada creación que refleja a la perfección el espíritu humano,
pues buscan mediante una organización inescrutable y una
aglomeración de individuos crear una entidad suprema que supere las
debilidades humanas. La corporación no siente.
La corporación podría
encarnar, sin ningún problema, al superhombre dostoievskiano que
Raskolnikov, en Crimen y Castigo, proponía como perfecto
gobernante de la sociedad. La corporación es el Superhombre.
Autorizado para cometer cualquier crimen dado que no tiene clase
alguna de remordimientos, y todo en pos del “progreso del hombre”.
¿Progresamos, en realidad?
Sí. Progresamos hacia
la extinción.
Progreso y desarrollo
son falacias tan enormes que sorprende, todavía, de pronto
encontrarse a uno mismo cavilando acerca del futuro de la
humanidad... Sorprenderse a uno mismo pretendiendo planear un mundo
mejor. Pero si el futuro ha sido ya planeado conforme los intereses
de las élites, que son las más beneficiadas por la existencia de
las corporaciones. Y es futuro planeado a corto plazo, pues el
beneficio está pensado, así mismo, para ese periodo. El
inmediatismo nubla la razón humana que supuestamente busca
constantemente el mayor beneficio posible. Los estragos que a largo
plazo provoca cada una de las empresas en esa búsqueda dela
maximización de las utilidades son aún inconcebibles, pero
comienzan a hacerse evidentes las primeras huellas. Especies que
desaparecen, así como bosques, para dar paso a desiertos insondables
y mares de furia que, los polos derritiéndose, reclaman al
continente más terreno. Ícaro, que se acerca más y más a su
añorada perdición, y acalla los gritos de su padre Dédalo, quien
pide a su hijo sensatez.
En realidad todos los
hombres somos siempre más insensatos de lo que podríamos llegar a
imaginar. Es la pretendida razón, que nos traiciona a cada
instante, pues se basa en percepciones subjetivas.
Las transnacionales
difunden una ideología seductora basada en el hedonismo.
Capitalismo. Expansión, a toda costa, de la forma de vida que
conviene a la producción descabellada. Disfrutar el ahora, los
placeres que no vendrán después. Y el hombre cede ante la
atracción fatal del mundo moderno, una voluptuosidad
indescriptiblemente dulce y amarga. Toda comunicación parecería
estar orientada al tener. Los mensajes en los medios de comunicación
invitan al hombre a buscar la forma de lograr esa conexión con el
mundo que le permita poseer las cosas. ¿Alguien, en realidad, posee
algo? ¿Se puede decir “este auto es mío”, o “este dinero es
mío”, o aunque sea “este cuerpo es mío”? Por otra parte, si
se toman en cuenta nuestra finitud y abyección ¿no resulta absurdo
pensarlo siquiera?
Los flujos de
información son parecidos a los flujos económicos, y para
comprender la comunicación dentro de la sociedad actual es necesario
comprender el sistema económico, donde el centro de cada sociedad,
es decir, los dueños del capital, imponen un ciclo de dependencia
tecnológica e informativa a los que no tienen el capital.
Pese a todo, sentimos el
deseo de establecer esa relación con todas las cosas, ese deseo
insaciable de llenar un vacío interior que reclama para sí al
universo entero. Si pudieran condensarse los cielos y los océanos
en el corazón humano… y aún así quedaría espacio para infinitos
enteros. Y las corporaciones reflejan también este deseo de
poseerlo todo, incluso la vida que les ha sido negada, pues más que
seres concretos se trata de seres indefinidos y vagos, que pese a
ello poseen una voluntad sobrehumana, una voluntad inquebrantable de
apropiación de lo inapropiable. Todo está a la venta, aunque no
haya alguien a quien comprarlo. Y al comprar algo, para las
compañías no importa lo que tenga que hacerse, a fin de
conseguirlo, a fin de obtener “ganancias”.
Son ellos quienes toman
las decisiones, un pequeño grupo de personas, quienes buscan
incrementar el capital, la producción. Pero hasta cierto punto el
resto de las personas ayuda a que el ciclo continúe funcionando
siempre de la misma forma, ya que aceptamos pasivamente todas sus
decisiones. Es comprensible, porque el sistema ha llegado a una
autonomía tan sorprendente que es irreversible, está puesto en
marcha y va a explotar como una supernova creciendo aceleradamente,
acumulando energía y amasando luz, que se convertirá en vacío, en
nada. Es comprensible porque ellos controlan el complejo aparato
ideológico de la sociedad global, a cada momento nos acecha y nos
invita a seguirle: en unos zapatos, en un refresco, en la radio, el
periódico, la televisión, las computadoras, un abrigo. Es
comprensible porque pensamos, “bueno, qué más da, qué se puede
hacer, a fin de cuentas así es como funciona, ¡quiero un
descafeinado, por favor!”. Y lo más doloroso es que parecería
que, efectivamente, no hay otra forma de vivir. Por lo menos no por
ahora.
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