Nuestra América
(12 de Enero de
2006)
En las páginas de Nuestra
América José Martí manifiesta una
inmensa, irracional confianza en los pueblos de América. Irracional
porque se basa en una pasión, pasión por la tierra: “¡Con el
fuego del corazón deshelar la América coagulada! ¡Echar, bullendo
y rebotando por las venas, la sangre natural del país!”. Martí
piensa con la sangre. Sin embargo, es por eso que Nuestra
América transcurre deliciosa ante los
ojos del lector, impregnada de un lenguaje poético tan rico que
contagiaría de optimismo a más de un ingenuo.
Algunas
ideas llaman la atención, pues a pesar de haber sido escritas bajo
el efecto de la pasión rescatan en parte una realidad muy vigente.
Martí inicia su artículo considerando los peligros que acechan a la
América de su tiempo, de los cuales aún no hemos podido sacudirnos.
Menciona los gigantes que con sus botas de siete leguas aplastarían
a los aldeanos y exhorta a la unidad de los pueblos para rechazarlos.
Sin duda se refiere al imperialismo norteamericano y a todos
aquellos que lo apoyan en América Latina, así como los países
Europeos que pretenden seguir controlando la vida política y
económica de estas tierras a la usanza colonial. En este sentido la
influencia exterior representa indudablemente un lastre agotador que
subyuga la libertad de Latinoamérica.
Por
otra parte Martí critica la falta de educación de las masas,
educación propia y adaptada a las circunstancias socio-culturales
propias de América Latina. Los remedios a los males que la aquejan
no están en fórmulas ajenas. Si bien, representan recursos que
para muchos países Europeos habían funcionado, América tiene su
propia fisonomía muy particular, y es imprescindible para gobernarla
adecuadamente basarse en las circunstancias propias. Exhorta
a parar la imitación. Sin embargo, Martí manifiesta un cierto
desprecio hacia lo no latinoamericano. Ensalza la historia de estos
pueblos diciendo que en muy poco tiempo han venido “de menos a
más”, como si se tratara de un caso extraordinario, o como si
estos pueblos estuvieran por encima de los demás: “De factores tan
descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado
naciones tan adelantadas y compactas”. ¿Acaso es necesaria más
ambigüedad? Además queda por aclarar qué es menos y qué es más,
algo completamente subjetivo, pues tomando así sus palabras se puede
interpretar que la forma de civilización americana es inferior, y en
cambio en otra parte desprecia la artificialidad de la vida
occidental para resaltar lo natural de la vida amerindia. De hecho
dice que en las manos de los indígenas está el porvenir de la
América, “del Bravo a Magallanes”.
¿En
realidad podemos hablar de una “América Nuestra”? ¿A quién
pertenece la tierra? Y aún más, ¿por qué esforzarnos en marcar un
territorio sobre el polvo donde anidan los gusanos? La fantasía de
la posesión de la tierra es uno de los motores de la historia
humana, de la guerra. Mientras existan las fronteras, y siempre
existirán, no existirá la paz que los hombres tanto dicen anhelar,
en esta comarca cómica y trágica empapada de poesía y llanto.
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