El milagro de la ruptura
¿Qué
sucede cuando un grupo de niños,
adoctrinados políticamente en el enfrentamiento religioso, étnico y
cultural, dejan de lado, por un rato, sus aparentes diferencias para
jugar y dialogar? El milagro de la ruptura de estereotipos, de
ideologías que les fueron introyectadas, y que aceptaron, que
asimilaron quizás condicionados por las circunstancias.
En el
documental Promesas, de 2001, los productores desarrollan un
experimento social cuyo frágil milagro consiste en reunir a unos
cuantos niños y niñas palestinos y judíos de Israel para mostrar
que el conflicto no viene de las personas sino de las estructuras de
poder que les fueron impuestas, porque sus pueblos desean la paz
cuando sus líderes prefieren la guerra, el conflicto sangriento sin
fin.
Algunos de los niños
llegan a atisbar cómo fueron introducidos en la lucha, una lucha que
les es ajena, pero otros de ellos repiten las mismas palabras con que
fueron manipuladas sus mentes para consolidar el antagonismo
perpetuo.
Para los judíos más
fieles a la doctrina política del Estado de Israel, los árabes
deben dejar la tierra de Israel, prometida por su dios a Abraham, y
por tanto a todo el pueblo judío, que tras la Segunda Guerra Mundial
encontró nuevamente su hogar en ella. Sostienen que son violentos
los palestinos, y que deben defenderse de ellos, vengar la muerte de
los caídos en batalla.
Resalta la postura de
Moishe, un niño judío de las colonias en territorio palestino, cuyo
amigo fue “asesinado por terroristas”, según la inscripción en
su tumba, donde se pide “que Dios vengue su muerte”, venganza que
Moishe quiere tomar en sus manos cuando sea comandante del ejército
para expulsar a todos los árabes y reconstruir el Templo.
Sin embargo hay judíos
que no se identifican plenamente con esta postura, miran con recelo a
aquellos judíos estrictamente apegados a la religión, como Daniel y
Yarko, quienes aceptan ir a conocer a los niños palestinos.
Por otra parte, los
palestinos se sienten invadidos, despojados de sus propiedades, de
sus tierras, las tierras de sus padres y sus abuelos, y atesoran los
documentos que certifican esa propiedad, las viejas llaves de sus
casas derruidas.
En la escuela los niños
aprenden, desde temprana edad, a generalizar la raíz del conflicto y
adjudicarla a todos los judíos como culpables.
Faraj, velocista
palestino, acompaña a su abuela a visitar el lugar donde vivió
antes del desalojo, muchos años antes que él naciera, y recuerda la
muerte también de un amigo suyo, en la Intifada, con el propósito
de vengarlo. Ambas partes aprovechan la exaltación ideológica del
martirio para mantener la discordia.
Pese a
lo anterior, no todo el odio es solamente ideológico. Los atentados
contra judíos son reales. Los asesinatos a sangre fría, a balazos,
de palestinos desarmados, suceden. Los retenes mantienen confinados a
los palestinos en su propia tierra. Los judíos celebran cada año su
“independencia”, la “reunificación de Jerusalén” con una
gran fiesta en las calles de la ciudad sagrada. Se conmemora a los
soldados caídos y a las “víctimas del terrorismo”. Se encarcela
a la gente por motivos políticos, sin someterlos a juicio.
Por ello, acercar a niños
judíos y palestinos en esta película es un milagro, una promesa de
lo que podría ser si sólo se abrazara el interés humano, pero para
ello es necesario modificar las condiciones ideológicas propugnadas
por los grupos en el poder, y la promesa se vuelve lejana, y triste.
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