Observación de las obsidianas


(2006, agosto 23)

Aunque renieguen de su obsidianidad, se trata de piedras hermosas que traslucen un azoramiento entre negro y avellana.

¡Ah! La muerte sería hermosa en esos instantes de desolación extrema y alucinante, cuando uno se encuentra reflejado en lo más profundo de ese par de obsidianas, que casi podrían ser puntas de flecha o pedernal para desgarrar un espíritu embriagado de melancolía; cuando irrumpen en un atardecer temprano hasta el adiós magnético, hasta la desesperanza, sin detenerse a sembrar una sonrisa por el camino.

Yo no termino de explicarme cómo hacen para clavar su mirada inquisidora en la orilla del deseo y demoler castillos, dejando en pie las mazmorras, los laberintos y las cámaras de tortura.

Además su obscura refulgencia es adictiva, al grado de secuestrar la cordura y la noción de tiempo para botarlos a mitad de la carretera.

Tampoco entiendo cómo los demás en la oficina pueden pasar por alto esta presencia avasalladora. Alfredo dice que es una malsana obsesión mía que encuentra su explicación psicológica en la teoría de… qué diablos. Y Fernanda dice que ya se pasará su influjo, o morirás intentando que la roca ceda, mejor ya ponte a trabajar.

Alguien me informa que estas visiones se curan fácilmente con un tratamiento esotérico a base de piedras exóticas, pero francamente me parece imposible, y terrible, la idea de terminar de una vez por todas con esta prolongada observación de las obsidianas.

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