Carlos. Y las Fuentes de la mexicanidad en Agua Quemada
2006, septiembre 26
Agua Quemada. Se trata de un título absurdo, que con su
contradicción inherente ataca al lector desde el primer momento.
Agua Quemada. Desde otra perspectiva se trata de una imagen
poética hermosa y desgarrante, utilizada por Octavio Paz (el verso
aparece como parte de un fragmento de “Vuelta”, a manera de
epígrafe del libro). Agua Quemada indica una ruptura con el
pasado, pero a la vez una búsqueda y un cuestionamiento del mismo,
como lo manifiesta el otro epígrafe, el de Alfonso Reyes, que se
refiere al Valle de México como una transparencia desaparecida, o
más bien transformada de su pureza original, y que en el libro se
manifiesta incluso en el aspecto de los personajes: “La cara de
Federico Silva era como el perdido perfume de la antigua laguna de
México: un recuerdo sensible, casi un fantasma” (p. 74). Por lo
tanto encierra mucho de nostalgia, que cada uno de los personajes
experimenta glorificando la grandeza de su pasado, un impedimento
para descubrirse tal como son, y fluir junto con las circunstancias
siempre cambiantes de la gran ciudad. Agua Quemada. Por otra
parte, la comicidad sarcástica de la expresión también anuncia una
inevitable sonrisa, por lo menos. Es el absurdo de nuestra sociedad,
desde el mismísimo título.
La
forma de este cuarteto narrativo escrito por Carlos Fuentes, esta
tetralogía de la urbe absurda y doliente, permite profundizar la
reflexión acerca de las relaciones entre las distintas clases
sociales del México post-revolucionario, pues todas las historias se
entrelazan, y aunque este vínculo sería solamente tangencial en
apariencia, en realidad deja entrever una compleja interdependencia
que arrastra a todos los actores del entramado social. Y todo gira
en torno a la Revolución Mexicana, a las promesas, los sueños
incumplidos, y los vuelcos que produjo aquella guerra. “Por más
que nos choque, debemos admitir que la revolución domesticó para
siempre a México”, dice un personaje (p. 76), sin darle
importancia al resentimiento enraizado en las nuevas generaciones.
La Revolución se convierte en el elemento determinante de nuestra
mexicanidad, más que el tequila, el mariachi, las pirámides o el
chile, que se cuestionan constantemente en Agua quemada.
A lo
largo del libro hay un elemento de ausencia en el título de cada una
de las cuatro unidades narrativas, con respecto a su trama: en El
día de las madres, las madres están ausentes del relato, están
muertas, pero son las mujeres quienes disparan todos los sucesos de
la historia… se trata del mexicano sin madre, el “hijo de la
chingada”, que necesita una mujer para descargar su resentimiento
hacia el pasado. En Estos fueron los palacios está ausente
de aquellas vecindades destartaladas del centro de la ciudad el
esplendor del ayer, la imponente sobriedad de su construcción está
en declive y no se escucha ya el sonido de las fuentes rumorosas
instaladas, en otro tiempo, a la mitad de un enorme patio. En Las
mañanitas, que aludiría a la celebración de un aniversario, y
por lo tanto una melodía de vida, el personaje principal se
encuentra esperando solamente el momento de su muerte, preparándolo
para que sea perfecto y memorable, pero llega de una manera trágica
y vulgar que se burla de él. Por último, en El hijo de Andrés
Aparicio el gran ausente es precisamente Andrés Aparicio, que
está muerto, pero que sigue siendo una de las motivaciones del
muchacho.
Así,
se puede establecer una relación fundamental entre la ausencia de
ese elemento crucial para el relato, y la trilogía
tragedia-comedia-absurdo de que se habló en un principio, y cada
personaje se enfrenta a ella desde una situación diferente. Vemos
en principio a Plutarco Vargas que trata de recordar a su madre sin
lograrlo, y mientras busca ese recuerdo, se desarrolla en él una
oposición entre el pasado glorioso de la Revolución, a la que le
gustaría pertenecer, y su situación de dependencia hacia su padre,
que resulta cómica y trágica al intentar romper con ella, pues se
va de parranda con su abuelo a despilfarrar su dinero y es él quien
debe terminar lo que su abuelo no logró con una prostituta. Es una
familia acomodada que surgió con la Revolución, pero con una crisis
económica en puerta.
Después,
en Estos fueron los palacios, el niño Luisito reconstruye el
pasado a su antojo imaginando los grandes palacios de la ciudad de
México en que ahora le ha tocado vivir. La tragedia y la comedia de
su historia están ligados a él mediante una silla de ruedas, que lo
hace depender de su hermana y de una mujer, doña Manuelita, que lo
utiliza como sustituto de su hija desaparecida. Él añora
desplazarse a su antojo por esos lugares llenos de majestad, pero su
condición se lo impide, y permanece recluido la mayor parte del
tiempo. Incluso el relato muestra que no se trata en realidad de un
niño, sino de un joven a quien no se le permite crecer. Su vínculo
con la Revolución era doña Manuelita, que había servido siempre al
General Vicente Vargas.
En
Las mañanitas, Federico Silva pertenecía a una antigua
aristocracia que había sido golpeada por la Revolución de 1910, y
que excluía a los que habían hecho su fortuna posteriormente,
considerándolos como una especie de ricos impuros. Él había
intentado siempre conservar su pureza y le molestaban las actitudes
de las nuevas generaciones. Estaba atado al pasado por una
circunstancia determinante en su vida: una noche en que, estando en
Niza, una hermosa mujer desnuda lo despreció por su aspecto. Desde
entonces había cambiado para siempre, atormentado por ese recuerdo
dolorosísimo, y el fantasma de su madre que lo determinaba en todas
sus acciones.
La
última historia, la de Bernabé en El hijo de Andrés Aparicio,
inicia mientras es éste aún un niño que vive en un lugar sin
nombre dentro de la ciudad, una ciudad de cartón. La gran ausencia
de su padre, lo va guiando como un fantasma también, y su gran
contradicción se encuentra en las enseñanzas de su madre, que le
habla siempre de la dignidad que tiene por sus orígenes en contraste
con la miseria en que viven. Este debatirse entre la miseria y el
orgullo infundido le hace defender el honor de su padre, lo que lo
marca para toda su vida convirtiéndolo en un hombre violento, que no
puede utilizar las palabras para darse a entender, y fácilmente
manipulable. Acaba trabajando para el hombre que destruyó a su
padre.
La
acción de Agua Quemada se sitúa alrededor de la última
parte de la década de los sesenta, y enumera una serie de
circunstancias que reflejan la realidad del México de aquel entonces
y sus problemas, entre ellos la represión al movimiento estudiantil
del sesenta y ocho. También amalgama en sí una serie de
características que constituyen al ser mexicano como un sincretismo
de distintos orígenes: desde los antepasados indígenas hasta la
apabullante influencia de la moderna cultura europea y
estadounidense, pasando por la herencia asiática y la imposición de
modos de vida españoles.
La
pregunta queda en el aire: ¿qué tanto permitiremos que esos
fantasmas del pasado determinen nuestro devenir?
Comentarios