Acerca de Al filo del agua, novela escrita por Agustín Yáñez
1- Pueblo de canicas desbordadas, pueblo casi fantasma donde las
vidas-canica chocan y estallan sigilosamente, recatadamente, podría
decirse que con vergüenza, haciendo sonar sus cristales al ritmo
velado de las campanas, ritmo hipócrita. Las canicas podrían
llamarse Marta, María, o Micaela. O Damián, o Julián, o Luis
Gonzaga. Se vive la agonía de debatirse entre hacer lo que se
anhela o lo que se debe. Concupiscencia. Arrepentimiento. Los días
del año pasan como una cuaresma larguísima, con una angustia
contenida, a punto de quebrarse sobre los cuerpos enlutecidos que
habitan un lugar sin nombre, resguardado por unos cuantos montes.
Lo que importa decir es que el cura Dionisio Martínez tenía unas
sobrinas como de la edad de Micaela, muchacha que llegó al pueblo
cambiadísima después de haber conocido Guadalajara y a México.
Después del esplendor de las ciudades a Micaela toda la gente le
parecía boba y ridícula, incluso Marta y María. Y de puro
aburrimiento se divertía dándole vuelo a los hombres. Todo lo veía
Lucas Macías, el viejo que contaba los sucedidos del pueblo desde
hace tanto…
Seguramente algo sucedería. Pero algo más impactante que la
llegada de Victoria, la elegante señora que volvía locos a Luis
Gonzaga -el ex-seminarista- y a Gabriel -el campanero. Algo más que
la muerte de la esposa de don Timoteo. ¿El paso del cometa Halley?
Tal vez. O tal vez se trataba sólo de otro presagio anunciando una
colisión tremenda originada por aquel que jugaba con las canicas. Y
tal vez sería inevitable. Sin duda se trataría de algo enorme,
porque mantenía siempre ocupadas las mentes de los sacerdotes, sobre
todo del cura Dionisio, que se sentía impotente para conducir al
rebaño encomendado. Le atormentaba saber que a ese pequeño lugar
del arzobispado llegaban amenazas a la fe, a la piadosa mansedumbre
de sus feligreses, y que a pesar de su dedicación el trabajo no
rendía los frutos esperados.
Y el peligro continuaba presente, ahí escondido entre las tumbas. O
tal vez debajo de las ropas renegridas de las mujeres… No, esos
eran los peligros de siempre para un alma desbalagada. Más bien
habría que esperar a que las predicciones de Lucas Macías fuesen
engaño. Pero las cosas que sucedían parecían indicar que algo no
andaba bien en el pueblo: Gabriel enloqueció cuando Victoria decidió
irse, igual que Luis Gonzaga. Damián Limón asesinó a su padre
Timoteo y a Micaela.
Por aquellos días la situación política del país cambiaba de una
manera extraña, se empezaban a formar grupos contrarios a don
Porfirio Díaz, Madero hacía campaña política… pero al pueblo
sólo llegaban rumores lejanos. Los estudiantes venidos de
Guadalajara parecían ser los más entusiastas, pero su entusiasmo no
permeaba en el resto del pueblo. Cada cuando llegaban noticias de
los que estaban ausentes, pero se sentían demasiado lejanas. Y de
pronto la noticia de que Damián se había escapado, y los rumores de
su vuelta al pueblo.
La muerte de Lucas Macías fue la muerte de un profeta que había
logado entrever la importancia del movimiento social que se gestaba
calladamente.
Entonces llegó la bola. La chismorrera no se hizo esperar. La
incertidumbre en todas las casas se traducía en rumores. María se
fue con ellos, partiéndole el alma a su tío don Dionisio. El
pueblo también quedó tambaleante, ahogándose en la tormenta.
2- La campana movía hombres y mujeres desde los primeros destellos
orientales, marcando la pauta para cada actividad, invitando a la
gente a reunirse en el templo, a orar, a practicar la mortificación
del cuerpo para purgar cualquier clase de pecado: “Descompuesto el
ritmo de las campanas, todo el pueblo marchaba mal. Pensamientos,
comunes pasos alterados. General inquietud (p 186)”. Los límites
entre autoridad civil y autoridad eclesiástica desaparecen a favor
de la sotana. Las fronteras del pequeño pueblo no están
determinadas por ningún alcalde o ley que no sea la dictada por los
designios divinos, inapelables e incuestionables. Las referencias
temporales que marcan el ritmo de la vida en el pueblo son movidas
por el tiempo litúrgico.
Ante tal hermetismo desgastante, cuyas fronteras establecía la
mitra, cualquier novedad era inmediatamente cuestionada, incluso
condenada. Así, las ideas frescas del sacerdote Reyes se apagaban,
con aroma a pronta resignación.
El padre Islas controlaba a las mujeres, quienes lo consideraban un
santo, y contra cuyos escrúpulos el padre Dionisio tenía las manos
atadas. Todo se juzgaba desde el punto de vista de la religión
católica, pero en un doble discurso en que los personajes se debaten
entre el deseo y el temor, que les impide constantemente actuar en
libertad. La intensidad de toda la novela se encuentra en esa
tensión constante entre lo que el personaje quiere y lo que le está
vedado hacer, que produce en cada uno de ellos un abatimiento enorme.
3- El libro es una agonía de principio a fin. Revestido de un luto
perenne, donde las fiestas son despreciadas y se prefiere la
penitencia que el júbilo, se da más importancia a la cuaresma,
vivida con una intensidad estremecedora de llantos y tormentos, que a
la navidad, los días de gozo. Mujeres enlutadas, pueblo de mujeres
enlutadas, donde los hombres parecerían no existir, o los que hay en
él se van. “¡Lástima que yo no sea hombre! ¡Parece que ya no
hay hombres!” (p. 362) exclama María al comprender la desventaja
en que la coloca su condición de mujer, pero a la vez su deseo por
que las cosas sean diferentes, y la libertad que gozaría si fuese
ella un hombre.
La sexualidad se convirtió en un tema tabú para toda la gente del
pueblo, gracias, en gran medida, a la labor satanizadora del Padre
Islas, a quien “nadie podrá convencerlo de que la virginidad no es
el estado perfecto”. Esa obsesión con evitar cualquier ocasión
de pecado perturbaba a cada una de las almas del pueblo,
trastornándoles algunas veces hasta llegar a la locura. Luis
Gonzaga Pérez descubrió en Victoria una tentación irresistible de
entregarse a sus deseos, para después transformarse en “Apolo”,
un Apolo sepultado en lo más hondo de un manicomio. También
Victoria produjo un cambio extraordinario en Gabriel, que a su
partida hace que suenen fúnebres las campanas, con dobles de
difuntos. La sensualidad y la muerte se funden en ese canto
tristísimo, que la gente considera demencia.
Y Damián Limón, que en un descabellado ataque de celos asesina a su
padre y dispara contra Micaela, es otro ejemplo de cómo se funden en
esta agonía los elementos de muerte, sensualidad y locura. El deseo
de las mujeres crece y los hombres se van acabando, movidos por sus
impulsos en respuesta a la provocación de las mujeres, encuentran su
perdición. La represión de esos deseos no puede contenerse más y
explota con funestas consecuencias.
4- El fuereño es un elemento desestabilizador del orden establecido
en el pueblo, que en su hermetismo siente todo lo exterior como una
amenaza. Los libros que María lee a escondidas, y que provienen de
fuera, están prohibidos por su tío, que incluso quema los
ejemplares que se encuentra. Los periódicos también representan un
peligro porque difunden ideas distintas a las del pueblo, alientan la
imaginación, la crítica, el pensamiento racional.
De Estados Unidos vienen de visita personas que ya no se identifican
con el pueblo, han visto mundo, han estado en contacto con otras
formas de pensamiento, formas profanas de vida, y por eso el padre
Dionisio está muy al pendiente de quiénes llegan, quiénes se van,
qué hacen. Su labor es mirar el rodar de las canicas, tratar de
llevarlas al buen camino del Señor. Damián Limón , que se había
ido al Norte, trae al pueblo vicios y problemas. Victoria, la señora
Victoria, viene a encender el deseo de todos los hombres del pueblo,
lo cual preocupa a los sacerdotes, que se alegran al saber que se ha
marchado la fuente de pecado. Incluso el padre Reyes es visto con
recelo desde el momento en que pretende transformar la monotonía de
las prácticas religiosas. Los estudiantes de Guadalajara que
regresan al pueblo en vacaciones también introducen ideas
revolucionarias, subversivas, que son rechazadas por la mayoría de
la gente. Sólo los campesinos las acogen. Los campesinos que viven
fuera del pueblo.
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