Con el Garza me fui a dar la vuelta a la Plaza de la Reforma, donde se ponen a dar espectáculo esos charlatanes que te venden cualquier cosa o payasos sin la menor gracia que recurren al público para ridiculizarlo y hacer que la gente reunida alrededor se ría de la víctima elegida. No teníamos propósito determnado, sólo pasearnos entre la multitud y mirar los escaparates de las tiendas, fumar y hallar una cantina para quitarnos el antojo de beber unas cervezas. Acabamos en el Palomar, pidiendo unas Bohemias y comiendo chicharrones que ponían de botana. A él se le ocurrió pedir unos tacos de machito. Yo no lo acompañé en eso porque no es muy de mi agrado comerme la verga de ningún animal, aun cuando digan que sabe bien, como a cueritos. Ya sentados repasamos el plan que teníamos de ir al cementerio para llevarnos algún adorno, de esas estatuas olvidadas que persisten sobre las tumbas a las que ya nadie acude a visitar. En casa tengo un ángel que parece llorar la muerte de una damisela cuya existencia terminó demasiado pronto hace cien años, lo tengo junto al sofá donde bebo café y a veces uso la mano que tiene extendida hacia adelante como cenicero. La estatua que ahora pensamos llevarnos será para adornar la sala del Garza, que luce muy sin chiste con sus tres sillones estáticos sobre la alfombra. Lo más probable es que nos llevemos un angelito al que ya le echamos el ojo una vez que nos quedamos bebiendo Bacardí sobre las tumbas, como el guardia es conocido mío nomás le invitamos unos tragos y nos dejó pasar ya de noche. 

La cosa es bien simple y tenemos la total certeza de que nadie echará de menos el angelito en cuestión, es una tumba de 1917, de un niño de siete años que sepultaron y del cual ya nadie se acuerda porque nunca hay flores en su sepulcro y la hierba ya se empieza a enredar en la estatua. Tendremos listo el carro del Garza en la parte trasera del camposanto para colocar ahí el adorno en cuanto toda la gente se haya ido, previo acuerdo con el guardia, que aceptará una botella de tequila a cambio de hacerse de la vista gorda. Y ya en el carro la estatua, lo demás será de lo más sencillo, sólo hará falta colocarla en su nuevo lugar. 

Luego del Palomar nos pasamos a buscar una licorería abierta, para seguir la noche en casa del Garza, pero en toda la avenida Patria no hallamos ni una a esas horas de la noche, así que llegando a la colonia nomás nos despedimos dejando pendiente lo del cementerio. 

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