No soporto a una mujer que no sabe lo que quiere, a una mujer que me deja decidir todo en vez de tomar parte en ese discernimiento. Una vez anduve con una, llamada Natasha, y cuando le preguntaba qué quería hacer, a dónde quería ir, o cómo coger, siempre respondía Lo que tú quieras. Era un dolor de cabeza. Cómo me aburría con ella. Era yo quien tomaba la iniciativa en todo, desde un beso hasta la comida, y eso de veras me fastidiaba. Como hombre, quiero a alguien que me respingue, que piense por sí misma, no puedo andar por ahí en la vida diciéndole qué hacer a cada momento como si no tuviera un cerebro propio. Necesito que me sorprendan, que me discutan, incluso que me hagan enojar por estar en desacuerdo en algo, por más mínimo que parezca. No sé si Natasha lo hacía por complacerme en todo o si de veras era una tarada, sólo sé que era insoportable siempre cuando decía Lo que tú digas cariño. Ni que estuviéramos en el ejército, como un soldado obedeciendo todas las órdenes de su superior.

Estaba muy buena, eso sí, y con ella a mi lado era la envidia de todos. Me acuerdo cuando fuimos al restaurante Trujillo’s, en aquel entonces de moda en la ciudad, y sólo por ir con ella nos dieron mesa de inmediato dejando boquiabiertos a una fila de personas esperando su turno para entrar. Me sentí poderoso, como si tuviera en mis manos la capacidad de modificar el curso de las cosas sólo con mi presencia, porque si una mujer como ella andaba con un güey como yo eso debía significar que soy un gran tipo. Sin embargo apenas empezaba la plática se cernía sobre mí el espectro de su irremediable idiotez, y todos mis sentimientos de poder se iban.

Hay en el mero hecho de tener cierta pareja una declaración de estatus, algo que le gritas al mundo acerca de ti mismo. Si tu elección no es la correcta, la gente puede tener ideas erróneas acerca de quién eres. Por eso hay que ser muy cuidadoso a la hora de elegir una mujer. Puedes equivocarte en principio, pero en cuanto te des cuenta de la verdad que subyace a la persona en turno hay que rectificar, mejor cortar por lo sano antes que te contagie su sustancia. Un ejemplo alarmante sería descubrir que la mujer en cuestión escribe horizonte sin hache, y así.


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