Los vecinos de atrás tuvieron una discusión a todo volumen y me la chuté completita con todo y cerrones bruscos de puerta, lo más entretenido del día. Ella de pendejo no lo bajaba, y él se la traía de puta cada cinco palabras. Además de recordarse a sus respectivas mamás, por supuesto. Es curioso cómo una cuestión de lo más simple puede suscitar entre dos esposos una pelea encarnizada, en este caso las compras en el supermercado. Lo más chistoso es que un par de horas después de cada griterío con groserías como baterías de guerra, ambos suelen reconciliarse y ya tarde en la madrugada sobrevienen los gemidos sexuales de ambos en una pelea distinta, las palabrotas toman un matiz de gloria, las paredes se mueven mientras él la penetra, supongo, con enjundia, porque hasta acá llegan los clamores de ese estar juntos y desnudos compartiendo la cama. Tampoco eso me deja dormir, pero igual me entretiene como la disputa de horas atrás. Me gustan sus gemidos nocturnos. Ella es chaparrita y siempre lleva el cabello recogido, dejando ver unas orejas lindas siempre adornadas con aretes discretos. Él es un hombretón de casi dos metros y una corpulencia tremenda, así que cuando ocasionalmente los veo juntos al andar por la calle apenas logro sofocar una risotada que se me ahoga en la garganta. Es una de esas relaciones de eterno estira y afloja. 

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